El ejercicio de la paternidad, debe verse y analizarse dentro de un contexto cultural específico y así podemos hablar de forma general, que son el conjunto de prácticas relacionadas con el vínculo y cuidado de hijos e hijas. Foto la hora: AP

Alfonso Mata
HS: ¿Es un tema de actualidad?
AM: ¡No lo es! Ya para la época de la independencia, el doctor Pedro Molina hablaba de que un tercio de niños guatemaltecos vivía en hogares desintegrados, atendidos, educados y sostenidos por la madre y aunque las razones no puedan ser las mismas que en la actualidad su efecto si: vagancia, violencia, falta de desarrollo de potenciales humanos. A eso tenemos que añadir que dentro de la literatura científica mundial, la producción sobre paternidad es pobre y a nivel nacional también.

El ejercicio de la paternidad, debe verse y analizarse dentro de un contexto cultural específico y así podemos hablar de forma general, que son el conjunto de prácticas relacionadas con el vínculo y cuidado de hijos e hijas. Hasta muy recientemente se establece que el ejercicio de la paternidad responsable debe darse dentro y bajo la equidad de género y que es un derecho de cada criatura al nacer independiente de sexo o género. El cumplimiento de ese derecho en nuestro medio y dentro de nuestras culturas, dista de ser cumplido a cabalidad. Pero a su vez constituye fundamento de la paternidad, lo aprobado en La Convención Internacional de Derechos del Niño: Los Estados debían impulsar que padres y madres tengan obligaciones comunes en la crianza.

HS: Los campos de la paternidad responsable
AM: Creo que los debemos agrupar en dos: por un lado la responsabilidad masculina en el ámbito sexual y reproductivo. Por el otro sus roles familiares en la educación y protección familiar. En ninguno de los dos, nuestra paternidad responsable se ejercita de forma equitativa entre hombre y mujer y hacia los hijos. Creo que acá topamos en ambos campos con algo que debería de ser motivo de un estudio nacional profundo. A lo largo de nuestra historia independiente, en leyes, costumbres, tradiciones, modo y estilo de vida, se ha perpetuado la invisibilidad y el privilegio de la paternidad con un énfasis en su poder, frente al énfasis y la desventaja social de la maternidad. En todos los aspectos de la vida social, podemos ver y toparnos con sesgos androcéntricos.

HS: Hablemos de la salud sexual y reproductiva
AM: Mucho del razonamiento en este tema, el hombre lo simplifica dividiendo placer sexual de maternidad. Pero esto se simplifica sesgadamente como proceso biológico natural, generando no solo comportamientos sino atribuciones diferentes en ambos aspectos al hombre y la mujer. En términos de placer, se concede TODO el derecho al hombre, es el ETERNO gozante y demandante. La mujer, se convierte en un recipiendario con sus ventajas y riesgos que caen en su vasta mayoría, bajo la responsabilidad de ella. Ella es la que se debe cuidar. Pero muchas veces, la forma en que la haga, va cargada y depende de decisiones masculinas y entonces la salud reproductiva que involucra a dos sujetos se convierte en principal problema de salud de las mujeres, desatendiendo otras dimensiones y especificidades, ocultas o comprendidas erróneamente desde el estudio de la salud de los hombre. En cuanto al otro componente: la maternidad, sucede algo similar.

HS: ¿Qué sucede en una estructura a si concebida?
AM: No solo es cosa de estructura, es de organización social y nacional que se da todo un mundo antidemocrático en muchos aspectos. Seguimos funcionando como un patriarcado. Con eso queremos decir y hablar de una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón y se vea de donde se vea, siempre llega a lo mismo: a un predominio de los hombres sobre las mujeres, al marido sobre la esposa, al padre sobre la madre, hijos e hijas, hermanos sobre hermanas y a la línea de descendencia paterna sobre la materna.

Los patriarcados en general, generan una base de comportamiento casi universal de enseñanza: un hombre para serlo cabal debe: “preñar a la mujer, proteger a los que dependen de él y mantener a los familiares. Pero ese discurso se acompaña de inequidades como el hecho de que “La empatía, la comprensión y el cuidar a otros son cualidades esperadas en las mujeres, y por oposición son inconsistentes con el poder masculino”. Claro que el concepto de buen padre ha evolucionado en su marco teórico desde el sostén familiar hasta el que participa en la vida de sus hijos e hijas. Pero dentro del contexto social, esto se vuelve poco factible de llevar a la práctica. Una organización social y económica que en su organización laboral mantiene alejado al padre de tales responsabilidades y además le facilita inequidades y permisibilidades que no pueden favorecer ese cumplimiento, da forma a una Nación en que la familia no es el centro del interés de gobernar.

HS: ¿Y la mujer en esto?
AM: A esta se le plantea un problema: económico. La evolución del mundo laboral y económico en la actualidad demanda de la existencia cada vez mayor de parejas de doble ingreso y de parejas que viven separadas por razones laborales o personales. Si bien estos nuevos contextos han empujado a los hombres a compartir tiempo con los niños y las niñas y les ha dado la oportunidad de replantearse su actuación como padres, nos topamos con una educación que choca con la preparación debida a ello y lo más evidente de ello es la persistencia de violencia intrafamiliar. Aunque haya crecido la conciencia colectiva de la paternidad como una realidad que debería ser posible y a pesar de la emergencia de movimientos para lograr una mayor equidad, seguimos viviendo en un mundo que en su organización y funcionamiento frustra a hombres y mujeres.

HS: El tropiezo sexual en la paternidad responsable
AM: Hay un tropiezo que ni lo cultural ni lo político logra aun resolver y es el concepto de sexo por el sexo. El hombre no logra aun cómo relacionar el sexo exploratorio y placentero cargado de deseo e instinto, con el compensatorio cargado de derecho y obligaciones que pone reglas al primero.

El primero: sexo por el sexo, se acompaña de una serie de actos copulatorios satisfactorios, no necesariamente dirigidos a la procreación y que no demanda de grandes exigencias del mantenimiento de la pareja. En su uso normal, la maquinaria funciona con suavidad, pero cuando se pasa de lo biológico y eso con carácter de extraordinario (el placer tiene rival) fuera de nuestro mundo (un embarazo no deseado por ejemplo, pedida de matrimonio) se encienden las alarmas, pero si es un hecho consumado por el azar (como sucede con embarazos no deseados, casamientos por conveniencias ajenas) la violencia emocional hace irrupción y nuestro cerebro no está preparado y es carente de responsabilidad y viene la tragedia bio-psico-social en todo sus elementos. En ese drama queda unido una madre un hijo, un cónyuge, dejando un trascendental aprendizaje en cada uno de ellos, que en el futuro afecta los canastos de la recompensa y frustraciones, llenándolos de diferente manera y marcando la pauta de vida en cada uno de los protagonistas de manera distinta. El sexo por el sexo, no consiste solo en cuestión de recompensas; es cuestión de exposición que tiene sus períodos críticos que envuelven todo lo biopsicosocial que somos y que nos marca como seres humanos. La culpa de que se den procesos anómalos en esa relación hombre mujer, no solo pertenece a los padres; el fenómeno de confusión social es cultural, de debilidad entre los roles padre-prole y madre-prole y madre-padre.

El viejo Cicerón tenía esta expresión “Oh tempora, Oh mores”, y con esta no hacía otra cosa que lamentarse de la sociedad que ignoraba las normas fundamentales de la ética y las obligaciones de todo ser humano, derivadas de este valor y principio.

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