COVID-19: El Estado se convierte en riesgo. Foto la hora: Ap

Alfonso Mata

Actuar político y riesgo
En el accionar de nuestros gobiernos, las políticas de riesgo es el centro de la acción pública y eso parece estar enfocado a dos cosas: bajar la presión social y conservar el poder político y manejar los negocios públicos en beneficio privado y solo para algunos. Eso se realiza con poca visibilidad -el sistema fue construido para que esto suceda- de los mecanismos establecidos por las autoridades públicas, en el tratamiento de los problemas de salud

La noción de riesgo, es una noción polémica, omnipresente en el discurso de los organismos internacionales y públicos y que en nuestro medio tiene como punto de partida un entorno social cada vez más incierto por sus desigualdades, inequidades e injusticias. Riesgo igual probabilidad; probabilidad igual lo que indica la estadística. Pero la estadística indica lo que pongamos como número, no necesariamente la realidad y todo ello en busca de anticipar el futuro y, en cierto modo, controlarlo. Si nos basamos en ello, claro que hemos fracasado en nuestro sistema de salud y de un enfoque de riesgo a sus problemas: Las estadísticas de Desnutrición, enfermedades infecciosas, enfermedades degenerativas, salud mental lo demuestran. Por tanto, el riesgo está estrechamente ligado a la construcción de un Estado moderno capaz de garantizar la seguridad de su población frente a diversas amenazas. El Estado incumplidor se vuelve entonces un factor de riesgo muy alto.

Pero cuál es el mensaje de la palabra riesgo. Creo que entre otros y lo que interesa es amenaza e incertidumbre que se conjugan y al unirse potencializan un daño. Lo que demuestra nuestro sistema actual de salud y la epidemiología nacional es que vivimos un futuro amenazante sobre el que nuestros sistema de salud y la organización social tiene poco control y capacidad limitada de acción. Pero lo terrible de ello es que el enfoque precautorio en la conducción de los asuntos públicos en salud, lejos de ser la imagen de solucionar, corrompe y despoja. Esta reversión del interés público, se asocia con un cambio en la naturaleza y el origen de los peligros de salud. Un sistema de salud mal construido es tan peligroso como los malos hábitos para la salud.

Creando nuevas incertidumbres

De tal manera que podríamos concluir que hoy estaríamos expuestos, más que antes, a múltiples amenazas para nuestra salud y nuestro entorno, que encuentran sus fuentes de solución pero también su problemática en las nuevas tecnologías, los avances de la química, las manipulaciones de los seres vivos y del ambiente. Los avances en la ciencia se bien potencializan la prevención y la curación, también están ayudando a crear nuevas incertidumbres que no son tomados en cuenta en los cálculos de probabilidad u otros enfoques anticipatorios. El aparecimiento y desarrollo de la COVID-19 es un ejemplo de ello. Si ello lo combinamos con un desmoronamiento de las estructuras colectivas nacionales de salud, esta situación significaría que las poblaciones ya no se benefician de las protecciones establecidas por la ciencia y la técnica y el Estado -dada su estructura y comportamiento actual- es incapaz tan siquiera de mostrar el camino a seguir.

Veamos un poco más dinámicamente el riesgo. Desde un punto de vista sociológico, el riesgo es la cualidad que se atribuye a una actividad, una sustancia o una instalación que presenta incertidumbres para los intereses, los valores o las apuestas de individuos, grupos u organizaciones de una sociedad y para los dictámenes por la que esta se rigüe. Por tanto, el riesgo se considerará como resultado de un proceso de calificación, cuyo objetivo es reducir las incertidumbres que rodean una actividad, una sustancia o una instalación, para hacerla controlable.

No hace falta decir que como país no tenemos las mismas capacidades de reacción que por ejemplo nuestro vecino Costa Rica, pero lo triste es que a pesar de que nuestro cuerpo normativo define la acción pública en materia de políticas de riesgo en salud pública, ello se cumple con parcialidades e inconsistencias. De tal manera que, aunque lejos de las personas o de ser provocados los riesgos directamente sobre su psique y corporalidad, el riesgo les está viniendo de lejos para señalar que: “Ya no corremos el riesgo de la proximidad». En otras palabras, desde hace algunos siglos, de los riesgos de proximidad pasamos a los riesgos localizados y ahora estamos entrando en una nueva dimensión, la de los riesgos globalizados (Sika, VIH, COVID-19, cánceres). Y resulta muy curioso, la mayoría de esos males globalizados nacen y se desarrollan en países poderosos y de estos pasan a los más pobres.

La mecánica social y política

Se trata entonces de una globalización del riesgo, con una dinámica de peligro que suprime fronteras y grupos humanos, cuya difusión no depende de la intensidad de la contaminación ni de la diferencias de opinión sobre sus posibles consecuencias. Más bien, del accionar de la mecánica social y política, divorciada entre sí y con miras diferentes. Cada vez que medimos el desarrollo y control de lo que ha sido el Coronavirus a nivel mundial y nacional, resulta más que evidente que el daño del virus, se ve fortalecido por un accionar humano totalmente equivocado, en lo social y en lo político. Reconocemos que hay un mal global peligroso en ambos campos, el social y el político. Ese peligro lo estamos viviendo –no conceptualizando- individual y colectivamente y aunque el SARCoV-19 se mueve como viento y agua, y que esté presente en todo y en todos, y entre como Juan por su casa, como un nuevo comensal en nuestra vida doméstica, también se agita gracias a los errores en su manejo, afectando el desarrollo de nuestras viviendas.

Políticas públicas fallidas
Es entonces y se hace evidente que las políticas públicas, ante la situación que vivimos de esta pandemia, debe entenderse en general como una estrategia organizativa, que implemente nuevas orientaciones para el buen funcionamiento de las instituciones o administración pública de la sociedad, pero que por la evolución sufrida por la pandemia, ha sido desastrosa y a su favor. En la medida en que las políticas de salud pública y las políticas de riesgo no cumplan por tener como objetivo brindar a las poblaciones un nivel óptimo de seguridad, y carezcan de medios y recursos para implementar el principio de precaución, estaremos inmersos dentro de un Estado que más bien en lugar de actuar como ente facilitador y solucionador de problemas, se constituye en un problema. La lógica de la precaución es [sobre todo] una lógica de decisión, dirigida a definir el curso de acción a seguir en una situación de incertidumbre. En esto, nuestro Estado ha fallado estrepitosamente al igual que la sociedad al tolerarlo.

La contención del SARSCoV-19 era el principio fundamental de la lucha contra la pandemia para intentar definir el principio de precaución. La literatura de las ciencias sociales y humanas en eso, converge en un punto esencial, a saber: la idea de la necesidad y legitimidad de la prevención. Si tomamos la prevención dentro de un contexto valido. La prevención aborda un riesgo cuyo alcance y efectos potenciales son conocidos, y cuyo control requiere un razonamiento basado en la probabilidad y medidas adaptadas a los riesgos conocidos, vemos que eso es muy diferente a hablar de precaución, un concepto que deja mucho al libre albedrio. La prevención tiene como objetivo adaptar nuestro comportamiento a un riesgo no probado. Este riesgo debe primero ser considerado, luego estudiado y evaluado. Nada de eso se ha tomado con seriedad por nadie. Resultado: la debacle mundial de la pandemia.

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