Alfonso Mata

Las pandemias y epidemias de enfermedades infecciosas a lo largo de nuestra historia han matado a millones de personas muchas de esas muertes especialmente a partir del siglo XX pudieron ser evitadas. Nos han visitado al menos diez pandemias durante el siglo XX y padecemos de epidemias, al menos cinco, desde hace siglos. Por consiguiente decir que el COVID-19 es un evento único en nuestra historia es una soberana mentira. Dejemos a un lado la publicidad política y vamos a los hechos.

Que cada pandemia y epidemia en sus orígenes biológicos de los brotes infecciosos sea diferente y presente características especiales es cosa cierta; pero a la larga, sus repercusiones sociales son similares.

En Cualquier caso, existen en toda epidemia y endemia de infecciosas emergentes y reemergentes, cuatro cuestiones que resultan claves: 1ª Las funciones y responsabilidades de los trabajadores de la salud; 2ª Las consecuencias de las enfermedades infecciosas para el comercio interno y entre naciones; 3ª El desafío de proporcionar acceso equitativo a los recursos de atención médica; y 4ª El equilibrio de los derechos individuales versus el bienestar público.

Trabajadores de la salud en primera línea
En nuestro medio, históricamente el personal de salud trabajando en epidemias y endemias siempre ha estado expuesto al contagio y a la muerte debido a la falta de recursos necesarios y suficientes para enfrentar dichos eventos con la seguridad que necesitan. Médicos, y enfermeras, han sido víctimas de tal descuido e ignominia, yo lo llamo crimen, y en las páginas de los periódicos desfilan como héroes cuando el manejo y control de enfermedades no necesita de héroes sino de intervenciones debidamente organizadas.

Muchos de los problemas y epidemias importantes sobre brotes, tiene su origen en hospitales. De ahí brotan muchísimas veces los microorganismos que habiendo mutado y vueltos resistentes, se diseminan posteriormente a las comunidades. Esos brotes institucionales afectan principalmente a enfermos y trabajadores de la salud y sus primeros contagios suelen ser miembros de la familia u otros pacientes.

Los brotes que se propagan a la comunidad a través del personal de salud es otro fenómeno que no se puede dejar pasar por alto. En 1978, por ejemplo, un fotógrafo médico de una institución de investigación en Birmingham, Inglaterra, se infectó con el virus de la viruela y, antes de morir, se lo transmitió a sus padres. En la pandemia de influenza H2N2 de 1957, el 52 por ciento de los trabajadores de la salud no vacunados en la ciudad de Nueva York y el 32 por ciento de los no vacunados en Chicago se infectaron ellos mismos.

La lección que nos da la historia y de la cual solemos hacer caso omiso es clara: los trabajadores de la salud y los cuidadores, están inevitablemente en primera línea en una pandemia ya sea como contaminantes o contaminados. Si bien tienen la obligación ética de brindar atención segura, lo hace obligados a ello, pero resulta del todo incomprensible que no se les brinde recursos y seguridad en su trabajo eso constituye un acto criminal contra ellos. La actual pandemia de COVID-19 es un claro ejemplo de ello.

Cuestiones entre gobiernos: enfermedades infecciosas y comercio
Las pandemias tratan de personas, distancia y tiempos. Los humanos desde hace milenios conocen que las enfermedades de transmisión pueden difundirse a grandes distancias gracias a la movilidad humana. Antes con incluso centurias de diferencia, actualmente es cuestión de horas y días y se extienden por varios continentes. Hoy en día, las infecciones emergen, resurgen y se extienden por todo el mundo con tanta frecuencia, que es difícil mantener una lista actualizada. Incluso no se está libre de resurgimientos por enfermedades controladas por inmunización tal como sucedió en el 2003 con la polio cuando en Nigeria se detuvo la inmunización y el virus se propagó dese ahí a otros países. El poliovirus salvaje tipo 1, endémico en esa área, se propagó rápidamente a los países vecinos y, posteriormente, a través de Arabia Saudita y Yemen, hasta Indonesia. En Guatemala sucedió algo similar hace algunos años.

Las medidas internacionales para paliar brotes no es algo que nació con el coronavirus. En el siglo XIV, los gobiernos habían reconocido claramente la capacidad de propagación internacional de enfermedades y habían legislado medidas preventivas, como el establecimiento de la cuarentena en Venecia. Existe toda una historia de vigilancia y respuesta a enfermedades y las medidas que se tomaron internacionalmente hasta la adopción en 1969 del Reglamento Sanitario Internacional (RSI). La OMS desarrolló estas reglamentaciones, junto con guías para el saneamiento de los barcos y para la higiene y el saneamiento en la aviación, como una forma de minimizar la propagación internacional de enfermedades e interferir lo menos posible en el comercio mundial, el transporte y los viajes.

El Reglamento toca varios puntos: 1º Exige que se notifique a la OMS cada vez que se produce alguna enfermedad infecciosa en algún lugar del mundo fuera de lo usual, gran cantidad de amenazas microbianas mundiales actuales no aparecen con regulaciones claras y están algunas desactualizadas. 2º El Reglamento también brinda orientación a los puertos, aeropuertos y puestos fronterizos sobre cómo prevenir la entrada de viajeros infectados y prevenir la proliferación o entrada de vectores de enfermedades, como mosquitos y ratas. Las regulaciones especifican las medidas cautelares máximas que los países pueden adoptar para protegerse de las enfermedades reportables, así como las medidas que deben tomar para tratar las enfermedades infecciosas en general. Por esas fallas, en el 2005, se adoptó una revisión sustancial y modernización del RSI. La revisión aborda un problema de larga data: que los países a menudo no informan la presencia de enfermedades infecciosas dentro de sus fronteras porque temen las consecuencias económicas de hacerlo. Las sanciones comerciales derivadas de enfermedades infecciosas, son a menudo más severas/débiles de lo necesario. Muchos países reaccionan prohibiendo las importaciones de los lugares contaminados, incluso después que estos han tomado medidas que probablemente hicieron que sus productos fueran más seguros contra la infección. El resultado es que los países afectados pierden millones de dólares en el comercio.

La lección, entonces, es que la propagación internacional de la enfermedad, o la amenaza de su propagación, reducen el comercio con las áreas afectadas. Por lo tanto, los gobiernos deben intentar equilibrar dos objetivos en competencia: controlar y evitar que las enfermedades infecciosas crucen sus fronteras y, al mismo tiempo, minimizar los impactos económicos de las restricciones relacionadas con las enfermedades en los viajes y el comercio.

Asegurar el acceso equitativo a los recursos de atención médica
Algunas epidemias se repiten año tras año porque las poblaciones afectadas no tienen acceso a las vacunas y medicamentos apropiados. Este es el caso de muchas epidemias en nuestro medio. En cada estación seca se produce aumento de la desnutrición, en otras estaciones de las diarreas, de las enfermedades respiratorias, de paludismo dengue con altas tasas de morbilidad y mortalidad. Muchas de esta morbimortalidad ocurren, porque hay problemas dentro del sistema de salud de disponibilidad y acceso.

Desde hace décadas se sabe que hay enfermedades como las de aparición nueva como el caso de una pandemia de influenza. En estos casos la vacuna es inexistente o limitada y se suele dar que mientras la pandemia crece, la capacidad global de fabricación de la vacuna contra la influenza se limita a aproximadamente 300 millones de dosis de la vacuna contra la influenza estacional, mientras que la población mundial es de 6.6 mil millones. Estas dosis se producen y distribuyen cada año, principalmente dentro de los países industrializados en formulaciones que deben rastrear ligeros cambios en este virus en constante mutación. Este déficit, la diferencia entre una capacidad de 300 millones de dosis y una población de 6.600 millones, presenta un desafío que solo puede superarse mediante la preparación y la acción a nivel mundial.

Medidas de salud pública: equilibrio de los derechos individuales y el bien común
Durante las campañas nacionales de erradicación contra las infecciones propias de la infancia, se ofrecen vacunas a las poblaciones, mediante una estrategia de vacunación en centros de asistencia o vacunar de casa en casa. En algunos casos, las personas son obligadas a aceptar la vacunación en interés del bien común. Hoy ante el coronavirus, las personas reciben escaneos térmicos obligatorios, a medida que avanzan a través de la inmigración o bien en los negocios. Lo mismo podríamos decir del uso de la mascarilla o de la cuarentena. Estos son ejemplos en que se han sacrificado los derechos individuales en aras de proteger al público de enfermedades infecciosas. Dichas opciones representan los desafíos más comunes, pero más molestos, para abordar las amenazas microbianas desde el punto de los derechos humanos. Un panel de asesores expertos ha venido diciendo que una versión actualizada del RSI, podría proporcionar un marco global valioso para la alerta y la respuesta, así como para la comunicación y colaboración global. Este es un trabajo que aún está pendiente.

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