Por Alfonso Mata

¿La violencia se puede prevenir? ¡Claro! pero la prevención depende de qué violencia hablamos, para dar correcta respuesta a la pregunta y obtener un máximo beneficio de las acciones que se implanten. Se hace necesario conocer los patrones de las formas, los momentos y las circunstancias que provocan la violencia, todo ello con el objeto de realizar programas y planes de acción efectivos y poder establecer coordinación entre instituciones de dirección y trabajo.

Dentro del sector público, muchos sectores se ocupan de atender la violencia. Por ejemplo, el juicio y la condena de los delitos violentos se abordan tradicionalmente a través de las cortes y el derecho, el suicidio y las lesiones físicas de los servicios de salud mental, el abuso infantil de los servicios de bienestar social y la violencia colectiva de organismos policiales, etc.

Las organizaciones y teóricas feministas han demostrado el papel de las desigualdades de género en la ocurrencia de violencia y abuso. En los países como el nuestro, las organizaciones de la sociedad civil, han sido muy importantes para impulsar la lucha contra la violencia doméstica, escolar y la basada en género. Los criminólogos, pedagogos, sociólogos y algunos salubristas han planteado, implementado, evaluado y documentado toda una serie de programas de prevención del delito a nivel comunitario e individual, que a la fecha han mostrado pocos éxitos logrados.

Uno de los argumentos que se han levantado contra el fracaso del Estado en la lucha nacional contra los distintos tipos de violencia, es que cada uno de los grupos que trabajan en ella, tiene su propia cultura, conceptos, teoría, lenguaje, métodos y prioridades. Por ejemplo, el enfoque de la «tolerancia cero» a la delincuencia, comúnmente adoptado por la policía y los sistemas legales, se centra en los impactos de la violencia en la sociedad y castiga a los delincuentes suponiendo que esto disuadirá los actos violentos futuros, cosa que no ha sucedido así. Por otro lado, se dice que la estructura social basada en inequidades e injusticias, favorece constantemente la violencia y sus causales y que la familia como un contexto educativo primario en esto, las medidas implementadas por el estado al respecto, han sido o insuficientes o nulas. De tal manera y podemos decir que el problema de la violencia es no solo “un fracaso político sino «fracaso social y moral» y que por lo tanto, constituye un problema de grandes dimensiones que solo puede ser solucionado si se enfoque interdisciplinariamente y que además es causante de un desarrollo humano injusto, inequitativo que hace converger a una crisis nacional política que ha perdido la confianza de la población.

Violencia y salud

Partamos de una premisa en esto “la violencia es un determinante de la salud” cada vez más los estudios demuestran que esto es cierto, que la violencia va de la mano con otros factores como racismo, mala calidad de ambiente, pobreza, falta de acceso a alimentos, drogadicción. Sin embargo los servicios de salud, deben interesarse no sólo en comprender las causas y determinantes del comportamiento violento sino en su curación y prevención.

Si el comportamiento violento se entiende como resultado de conformación genética, de experiencias de vulnerabilidades y riesgos compartidos como no compartidos, así como de adversidades sociales, ambientales y políticas en distintas etapas del desarrollo, el problema se conceptualiza «no simplemente (como) el fracaso moral de un individuo; sino más bien, como un fracaso de la sociedad, para proveer adecuadamente a sus hijos » Estos diferentes enfoques han estado en conflicto en nuestro medio, especialmente cuando se le analiza desde el punto de vista político, donde hay una fuerte inversión política en procesos y procedimientos perversos encaminados a atender lo individual y que eso incluye el mantenimiento de la ley y el orden con muchas restricciones y que favorece a unos y afecta a la mayoría.

Por otro lado, no todos vemos de la misma manera la violencia. Las comunidades indígenas por ejemplo han tratado de centrar la atención en los determinantes estructurales de la violencia como algo individual y han considerado las intervenciones de la sociedad más apropiadas, que aquellas enfocadas en el orden público y suelen considerar la encarcelación, como una solución importante sola o en combinación con otras intervenciones. Sin embargo, como muchas de las causas y remedios para la violencia son transversales, se necesita colaboración entre diferentes grupos y entre diferentes disciplinas, si se quiere lograr la prevención de la violencia y la reducción de la mortalidad y la morbilidad. Eso implica actuar sobre diferentes momentos del acto violento, para identificar qué papel le toca al sistema de salud en ello.

Independiente del marco en que se intervenga (conducta, tipo de daño, tipo de agresor etc) es evidente que la violencia es un problema de salud pública con muchas facetas que atender del mismo y que existen enormes disparidades en el tipo y la intensidad con que la violencia afecta a las comunidades, el sistema de salud, agresores y agredidos y que si bien usualmente interviene en la curación y rehabilitación de problemas ocasionados por la violencia en las personas y comunidades, en lo preventivo lo hace con dificultad, aunque en el primer caso suele hacerlo, con disparidades en acceso a la atención médica y con limitaciones en la proveeduría de esta.

Los medios de comunicación por su lado, no deben reforzar la idea de que la violencia se mide por homicidios; si bien cierto tipo de violencia es a menudo seguida de homicidios, el asesinato representa sólo una pequeña fracción de la violencia y de sus consecuencias al lado de las agresiones y lesiones físicas, mentales, emocionales y los problemas de salud específicos que acarrean otros actos violentos. En salud por ejemplo, la violencia no puede ser vista sólo desde el punto de vista de una emergencia física, sino de contagio, conducta aprendida, contaminación, adicción; tampoco puede ser restringida como suele serlo en nuestro medio, a una enfermedad mental o a un defecto moral o en términos de una cultura. El impacto que esas interpretaciones han tenido, se refleja en el retraso y abandono por el sistema de salud de un real esfuerzo por contenerla y prevenirla sin dar lugar de verla como un proceso.

Hay un elemento cultural que impide actuar al sistema de salud con la solvencia que este espera y necesita en este tema. Las formas menos visibles de violencia, como el maltrato infantil y la violencia de la pareja, aún están sujetas a fuertes tabúes en muchas sociedades, a menudo se consideran menos importantes que otras formas de violencia. Este tipo de violencia para el sistema de salud es de suma importancia pues en muchas ocasiones es la causa de otras. Consignar la violencia contra las mujeres y el maltrato infantil a la esfera «privada», «doméstica» como lo hacen muchos, permite a la sociedad cancelar sus responsabilidades preventivas y no se diga curativas y facilita pasar de vulnerabilidad al riesgo y caer en el daño libre e impunemente, sin que nadie se entere ni haga nada. Muchos ya sostienen que una acción adecuada nacional, debe permitir una conducta humana que cambie socialmente tal concepto pues este causa mucho daño y no permite la prevención: por lo tanto como suele y está sucediendo, nuestros esfuerzos y recursos (no deben ser) dedicados únicamente al apoyo de víctimas/sobrevivientes o la encarcelación de delincuentes. Tales esfuerzos restringidos nunca acabarán con la violencia.

Entonces el enfoque de lucha contra la violencia del sistema de salud es multidisciplinarios, es biología, medicina, sociología, economía y técnica, todos esos saberes se interrelacionan en el problema y de ello, es que debe nacer las nociones y procedimientos que se empleen para adquirir y conservar la salud de todos.

Si consideramos la biología en su sentido más amplio, cada día se consolida dentro de ella el papel protagónico que tiene la genética como predisponente de la violencia, eso no se puede negar, pero de eso a llevarla a su causal hay mucho trecho. De su papel predisponente, a decir que determina una conducta violenta hay trecho y ese lo pone el ambiente. La transformación es propio de todo ser vivo y eso tiene que ver con lo que se aprende y vive y es una cualidad de la vida, escribir sobre la genética el deseo y los caprichos del hombre, formando y transformando el cerebro, el deseo de dominar lo de afuera de uno y lo demás y eso cambia rutas y la red neuronal. Eso lleva a cambios de formas de recepción de estímulos y de respuestas y da una forma de comportarse y modula la agresión, pudiéndola transformar en violencia, que encarna dentro del grado de satisfacción. Lo mismo sucede con el receptor de violencia. En ambos personajes ven y asientan con avidez esos cambios. Es esa mezcla de poder y fatalidad acumulada la que lleva a actos violentos.

Entonces el otro elemento que debe compaginar el sistema de salud en este tema de la violencia para encarar su problema es lo social. Muchos buscan en el desarrollo social, el secreto del origen de la violencia y esto induce todo un pensamiento que en lugar de ver por el lado de o biológico y de los órganos del cerebro, de las células y los genes y las moléculas, busca el plano de realidad de hechos, que tienen que ver con la interacción humana y la conducta que de ello se deriva.

Dentro de las dificultades sociales que merece que se les preste atención tenemos el desarrollo y la evolución demográfica, llena de injusticias e inequidades que no permite a todos, el aseguramiento de derechos humanos con sus bienes y servicios y la prolongación de una vida de bienestar y la conservación de la salud . Estas preocupaciones no solo tienen que ver con el desarrollo y evolución de una persona sino de una nación.

Si bien es cierto e indudable que los sorprendentes triunfos de la medicina, la higiene y la técnica, representan grandes progresos para la sociedad, su salud mental, su convivencia en su conjunto suscitan serios problemas de comportamiento dentro de lo que sobresale su nivel de violencia.

Son pues las condiciones biosociales reinantes, las que determinan tanto el aparecimiento como la evolución de la violencia en sus distintas manifestaciones. A esta perspectiva biosocial se le ha subestimado políticamente. Si nuestra sociedad está mal alimentada, educada y carece de acceso a servicios básicos, no se debe a insuficientes posibilidades biotécnicas inexistentes sino a dificultades ideológicas y políticas que n permite una reconstrucción económica y social adecuada ni una explotación de potenciales físicos y mentales adecuada. El deseo frustrado en satisfacciones de lo necesario y placentero, se conjuga en lo biológico y lo social, provocando la violencia. Debemos entender entonces, que la violencia no está en el ADN, el ADN es información no programación.

Es posible que cada vez más se identifiquen cosas biológicas y sociales relacionadas con la violencia en un niño, un joven un adulto, un anciano, incluso un feto, pero lo inquietante es que se favorezca una política que refuerce su potencial de acción, en lugar de reforzar trabajos asistenciales y preventivos, que controlen y apoyen los casos vulnerables. La verdad es que la violencia es el resultado de un conjunto de planos y planes biológicos y sociales y que el pasaje de uno a otro se efectúa potenciando resultados (una predisposición más un ambiente agresivo, más insatisfactores)

Finalmente conviene mencionar otro aspecto: el económico. La violencia cuesta muy caro a todos agresores y agredidos, a la sociedad y a la especie (los violentos afectan la herencia)

Sin compromiso político no hay solución

Un compromiso político para controlar la violencia, va más allá de vigilar y castigar, va y parte del cumplimiento sin discriminación e inequidades, de la justicia y el cierre de las brechas del desarrollo social que separan a grandes grupos de población. Por ejemplo resulta paradójico que Guatemala con alta capacidad de alimentar a su población, mantenga a uno de cada dos niños sin acceso a los alimentos que necesita, provocando en ello un problema social de graves consecuencias inmediatas y futuras para su desarrollo corporal social y psicológico.

Los cambios en las políticas gubernamentales en asuntos como la disponibilidad de armas de fuego o alcohol o la tolerancia de la intimidación, todos tienen el potencial de reducir el nivel de violencia y minimizar las consecuencias del comportamiento violento. Como bien dice la OMS y la OPS, los profesionales de la salud se encuentran en una posición única para abogar por una mejor protección de las personas en riesgo de violencia, mejorar las respuestas de las víctimas de la violencia, reconocer la violencia como un problema prevenible y promover la conciencia de la violencia como una cuestión pública de «comunidad» y abogar por una mayor asignación de recursos para la investigación y la intervención para reducir la violencia en todas las áreas de la sociedad.

Como se mencionó anteriormente, la política y la planificación para prevenir la violencia requieren una acción intersectorial que incluya el trabajo entre sectores como la justicia penal, la educación, el bienestar y la política social para profundizar la comprensión de las causas de la violencia. Con demógrafos para predecir los países con alto riesgo de conflicto civil basados en datos demográficos y sociopolíticos y recomendando cambios en las políticas económicas, sociales y de género que pueden ayudar a reducir las desigualdades económicas y de género. Aunque mucho más difícil de lograr que las soluciones individualizadas, abordar las desigualdades estructurales que contribuyen a la violencia, es fundamental para lograr soluciones a largo plazo.

A la fecha se cuenta con algunas evidencias de tipo mundial que pueden ayudar a enfocar la lucha contra la violencia que se pueden resumir en lo siguiente:

• La lucha contra la violencia debe hacerse en varios aspectos: judiciales, sociales, salud, educación, laborales con el fin de disminuir las brechas sociales y económicas.

• Las intervenciones realizadas durante la infancia y en la infancia y las sostenidas en el tiempo, tienen más probabilidades de ser eficaces que los programas a corto plazo y muy puntuales.

• Las intervenciones probadas y prometedoras con adolescentes y adultos jóvenes, incluyen proporcionar a los estudiantes en desventaja, con incentivos para completar su educación y con espacios y medios para satisfacer sus necesidades básicas.

• Los programas basados en la ciencia son más probables de tener éxito

En nuestro país, carecemos de un conocimiento sistemático de cómo funcionan los proyectos de prevención que se han montado, sobre sus impactos y estado de los procesos que se siguen y sus resultados en los tipos de violencia y factores de riesgo que se han abordado y en cómo se miden y monitorean los programas. Es el montaje de todo esto, lo que debería de ser el centro de preocupación del Estado.

Uno de los argumentos que se han levantado contra el fracaso del Estado en la lucha nacional contra los distintos tipos de violencia, es que cada uno de los grupos que trabajan en ella, tiene su propia cultura, conceptos, teoría, lenguaje, métodos y prioridades.

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