La ciencia no se hizo para actuar en el vacío y sin la suficiencia de datos que demanda la comprobación, estamos perdidos. Foto la hora: Cortesía.

Alfonso Mata

Una oscura mañana en plena pandemia, regresaba yo a mi casa procedente de algún lugar y atravesaba una parte de la ciudad donde no había literalmente nadie en la calle salvo perros callejeros. Había recorrido una interminable sucesión de calles, tan vacías como una escuela, haciendo ejercicio … y todo el mundo estaba atemorizado en sus casas hasta que por fin me llegué a la panadería y ahí si había cola y en ese momento, me sobrevino ese estado de ánimo en el que un hombre presta atención a cualquier conversación. Esta fue la que escuché.

A la edad de 65 años, mi abuela Vera comenzó a tener problemas en la cadera. Duele y duele; ya se me hace difícil caminar –se quejaba constantemente desde hacía meses la pobre. Una historia común entre los ancianos – me resignaba yo pensando. Un ortopedista que conocía me sugirió que la llevara a hacerse un examen; tal vez sea posible solucionar el problema quirúrgicamente –me comentó.

La abuela no accedió a ir al médico pero si al hospital, cuestión de monedas y me armé de tiempo y valor y me la llevé al hospital. Ahí le encontraron rápidamente la causa del dolor, pero ni por donde pasó lo que esperábamos se iba a encontrar: a la abuela Vera se le diagnosticó la cuarta etapa del cáncer de huesos. Pronóstico de los médicos: seis meses de vida.

Mi abuela Vera siempre ha sido una persona alegre. Intenté no pensar en lo malo, sintonizarme con lo bueno. Solo una cosa eclipsaba el curso positivo de los pensamientos de mi abuela: su madre murió a los 65 años de cáncer. Vera estaba segura de que le esperaba la misma muerte. Y a ella se hizo el diagnóstico, y exactamente a los 65 años … Ella vio en esto una «señal de arriba» y una «mano del destino», de la que, dice la gente, no se puede escapar.

La abuela fue bautizada cuando era niña, pero en toda su vida nunca profesó religión alguna. La aldea donde vive no daba para eso y trataba la religión con respeto y nada más. Al saberse lo de mi abuela, mi hermana Olga sugirió trasladarla a la capital para sus tratamientos de dolor y ella estuvo de acuerdo. Y fue internada en un asilo donde le dieron posada e iba a una clínica de unos cubanos y comenzó el tratamiento. Se sometió a varios ciclos de tratamiento de dolor y completó el primero pero no pudo iniciar otro: le dio una gripe fuertísima que estaba en contra de ello. Y mientras el tratamiento estaba en pausa, el consejo de familia decidió regresarla a la aldea y así que una tarde con mi hermana trasladamos a la débil, pálida y calva abuela a su casa; ella iba sonriente pero ahora se movía exclusivamente en silla de ruedas, apenas podía dar un par de pasos sola.

Dio la casualidad que al día siguiente de llegada se encontró con una voluntaria extranjera de una  ONG que se le acercó y entre plática y plática, ella le sugirió que por qué no visitaba un manantial de curación que estaba nacía y moría arriba de la montaña que esta frente a la aldea. Era finales de noviembre, la pandemia no llegaba aun a la aldea y hacía mucho frío por la noche, pero la abuela estuvo feliz de ir con la extranjera que se ofreció a llevarla. En el manantial, la abuela se desnudó sin dudarlo y se zambulló ayudada varias veces y a cada inmersión temblaba tanto que pensamos se iba a morir y le decíamos ¡para abuela, para!; pero ella y la voluntaria insistían. Y así se sumergió varias veces y desde entonces lleváronla varias veces a su tratamiento de aguas.

Pasó noviembre, llego marzo y con él la Covid-19. Para que decir, la abuela mejoró, mejoró, y a principios de abril la subimos a la ciudad de nuevo a donde los cubanos, pero estos tenían cerrado por lo de la pandemia y solo decía “hasta nuevo aviso”. Así que dimos la vuelta y de regreso al hospital: también tenían cerrada la consulta externa y la unidad de cancerología, solo daba citas para dentro de meses: así que no nos quedó más que arrastrar a Vera en su silla para la salida, cuando apareció la doctora que la había visto:

– ¿cómo esta abuela, cómo se siente’? le preguntó la doctora

– pues me siento mejor, mejor pero no me atendieron- se quejaba

– No abuela ahora se viene conmigo y fue diciendo y tomando ella misma la silla de ruedas y la introdujo al hospital. Ya en su consultorio la examinó y contra examinó pues le  extrañaba lo bien que estaba y le ordenó pruebas:

– Vale la pena luchar si esta a tiempo -nos dijo la doctora.

En los siguientes días, le hicieron pruebas y una “biocsia” le llaman, para ver si era posible iniciarle quimioterapia.

El día que la llevamos para posible ingreso, la doctora empezó a estudiar los exámenes y pruebas que le habían hecho a la abuela; hizo una llamadas por teléfono e iba y venía, se tardó su buen rato y luego que tuvo todo en orden de repente salió del consultorio, me llamó y me dijo que … ¡acá no hay cáncer, no es posible pero así es! Según la biopsia que le hicieron, no hay células malignas en su cuerpo y entonces…

– pues llévesela no tiene nada y si se pone mal me llama por teléfono y me dio su teléfono.

Ahora mi abuela Vera cada día esta más fuerte, ya da sus pasos, y ahora no solo está viva y vuelve a caminar, parece tener un segundo aire y su vida se volvió aún más activa que antes.

– y eso

– Ya lleva más de un año. Lo extraño es que cada vez que sentía algún malestar, quería irse a bañar al manantial, pero cosa rara, se secó. Para medio año del año pasado, se secó, fue después de una tembladera que hubo en la aldea.

– y la extranjera

– Esa gringa era muy rara, no era católica, ni evangélica, saber de que religión era solo decía que “era creyente” y se hizo muy a fin a la abuela y platicaban de cosas, pero ya no regresó a la aldea.

Al ver el silencio de aquellas damas, solo se me ocurrió plantearle una pregunta a la narradora:

– Perdoné soy médico pero ¿podría darme el nombre de su aldea, del hospital, y sabe el nombre de la gringa y las fechas…?

Las dos mujeres solo me miraron, se levantaron de la gradita de la entrada de la panadería en donde se habían sentado a platicar y se marcharon. En fin, no pude sacarles nada más de aquella extraña historia. Errores diagnósticos, curación espontánea, ¿Dónde cree usted que lleva esta historia? Lo cierto es que en la vida real no es común ningún suceso como este y me digo quien sabe que pasó. Tengo por norma que cuanto más dudoso me parece algo, solo queda indagar, pero en este caso, lo dejo a su consideración. La ciencia no se hizo para actuar en el vacío y sin la suficiencia de datos que demanda la comprobación, estamos perdidos. Sin embargo también debemos ser minuciosos en nuestro examen de los hechos y estar bien abiertos a cambiar de opinión cuando surge nueva información.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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