Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Comentaba en la entrega anterior respecto de dos gigantescos “Tomás” en la historia inglesa. Curiosamente tienen muchas similitudes (más allá de su consagración a los altares). Fueron políticos muy distinguidos: ambos ocuparon el cargo de Canciller del Reino. Los dos eran amigos del rey y formaban parte de su primer círculo. Al parecer, Becket, como joven y soltero, era más dado a las fiestas; Moro, siendo mayor, casado y padre de familia era más comedido. Pero lo más destacado, en ambos, era el “cambio” de 180 grados respecto a la lealtad a los caprichos del monarca.

Los hagiógrafos de Becket no son tan amplios respecto a los motivos de su oposición al rey en defensa de la Iglesia de Roma. Es obvio que de por medio había mucha fe pero también un concepto básico de institucionalidad: lo habían nombrado obispo de Inglaterra y tenía que defender los derechos de ese obispado, para empezar su independencia respecto del poder real. Igual principio institucional defendió Moro, pero además tenía una profunda fe en Jesucristo y en la iglesia que dejó instituida y, aprovechando el espíritu devoto de Pascua me extenderé en su historia.

Tomás Moro era de profesión abogado –por lo mismo patrono de los que ejercen la digna profesión-. También fue profesor universitario, escritor: valga recordar sus libros “Utopía” (de donde surgió la expresión utópico), Historia de Ricardo III; fue filósofo, humanista (muy amigo de Erasmo), parlamentario, diplomático, etc. hasta que Enrique VIII lo nombró Lord Canciller del Reino. Enrique era un rey exuberante y muy inquieto en todos los sentidos. Defendió firmemente a Roma ante la “hereje” Reforma protestante (Lutero, Calvino, Zwinglio, etc.) VIII había casado con Catalina de Aragón seis años mayor y quien no le dio heredero varón. Por eso decidió divorciarse. En 1530 Moro se negó a firmar la solicitud de divorcio al Papa. Al negarse el divorcio Enrique decidió separarse de Roma y crear su propia iglesia de la que él sería la cabeza visible. Obligó a todos a firmar el Acta de Supremacía que significaba un repudio al Papa. Moro se negó a firmar y se le abrió un proceso donde defendió la institución de Pedro como piedra de la Iglesia; estuvo encerrado en The Tower hasta que fue decapitado el 6 de julio de 1535.

Varias veces llegaron emisarios de Enrique VIII para que firmara “esa babosada” y le restituían su libertad, bienes, cargos, etc. “Qué le vamos a decir al rey si no firmas” le decían, a lo que respondía: ¿Qué le voy a decir a Dios si firmo?

Uno de los testigos de la acusación fue un joven al que había dado trabajo y luego ascendió como su secretario. En la última declaración cuando pasaba el traidor, Moro lo detuvo un momento y le preguntó: ¿Ese anillo que llevas? Es de tal condado de Gales. Moro le dijo: “Jesús advirtió a aquellos que pierden su alma por ganar el mundo y tú la pierdes por un pequeñísimo condado de Gales.”

Muchas otras anécdotas revelan la personalidad abierta y buen humor de Moro. Cuando, decrépito, subía al patíbulo pidió que lo ayudaran que después el bajaba solito; al verdugo le encargó que hiciera un corte fijo para no tener que repetirlo y eso sí, le encargaba su barba, que mucho le había costado crecer en los últimos meses. Cuando llegó el capellán –de la Iglesia de Inglaterra, claro está- le agradeció sus servicios pero eran innecesarios para alguien que en unos minutos estaría hablando directamente con Dios. Sus últimas palabras fueron: “He sido leal súbdito del rey, pero Dios está primero.”

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