Julio García-Merlos G.

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Julio R. García-Merlos

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Es domingo por la noche y mientras escribo estas líneas se publican los primeros datos sobre la jornada de elecciones que se celebró en El Salvador. Todo parece indicar que el partido del presidente Nayib Bukele obtendría una abrumadora mayoría que le permitiría controlar la Asamblea Legislativa.

Guatemala, Honduras y El Salvador se encuentran dentro de un círculo vicioso de bajo desarrollo institucional y político, y los resultados que llegan del país vecino comprueban la tesis. La mayoría de los ciudadanos salvadoreños se declinaron por el populista de turno al que otorgan un poder aún mayor al que poseía, el hartazgo por la corrupción y viejas prácticas de los dos partidos más relevantes en la democracia salvadoreña llevó a los votantes a apoyar a Nayib Bukele. La mayoría de los ciudadanos en el país vecino respaldó al presidente que hace un poco más de un año irrumpió en la Asamblea Legislativa con un contingente militar para obligar la aprobación de una de sus iniciativas; sí, al mismo presidente que arremete frontalmente contra el sector productivo… el mismo presidente que desprecia el pluralismo político, los valores democráticos y la institucionalidad republicana.

A primera vista parece que se trata del espejismo del buen gestor, del político gerente, aquel que es hábil para la gestión de los servicios públicos y que brinda relativa mejoría para los ciudadanos; alguien que, sin embargo, embarcado con este afán procura acumular mayores niveles de poder para llevar a la realidad su proyecto mesiánico. Aunque con perfiles distantes, motivaciones similares llevaron a Alberto Fujimori y a Jorge Serrano Elías a atacar la institucionalidad de sus países. El modelo constitucional salvadoreño que prevé las elecciones legislativas durante el trascurso del mandato presidencial ha permitido a Nayib Bukele prescindir de esa opción, y ahora obtendrá el control del Congreso por una vía democrática con maquillaje.

Esta situación nos permite meditar sobre la situación política de nuestros países: ¿Cómo encontrar una salida para este círculo vicioso? ¿Por qué Honduras después de superar el liderazgo nocivo de Manuel Zelaya cayó en las manos de Juan Orlando Hernández? ¿Por qué el descontento social con la corrupción en Guatemala no potencializó reformas de fondo al sistema de justicia, el servicio civil y a las reglas electorales? ¿Por qué en el Triángulo Norte de Centroamérica nos empecinamos en alabar populistas en lugar de fortalecer nuestras instituciones?

Todas estas preguntas nos deben de interpelar y animar a la reflexión. Se acerca el bicentenario de la independencia y esa efeméride nos permitirá explorar nuestro pasado, analizar nuestro presente y repensar el futuro de nuestra región. La baja calidad en la cultura política y los angustiantes problemas sociales no conocen de fronteras, agobian por igual a los ciudadanos en Jutiapa y en Ahuachapán, en Chiquimula y en Ocotepeque.

Con el paso de los minutos la tendencia electoral se consolida. Deseo lo mejor para nuestros vecinos, ojalá su institucionalidad soporte esta nueva etapa de la arremetida populista y no se encause por el sendero del autoritarismo que tanto daño ha hecho a nuestras naciones.

 

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