Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

[…] Adelantaba la semana anterior, en la primera parte de este breve texto, algo con respecto a eso que podríamos denominar una dinámica de descontento mediante la cual han empezado a manifestarse (particularmente en América Latina, que es lo más próximo que podemos observar), algunas voces que reclaman la distribución desigual que hasta hoy se ha realizado de las vacunas ya existentes para contrarrestar el avance y los efectos del coronavirus que, de alguna manera, a todos nos afecta directa o indirectamente. Guatemala, por supuesto, no escapa a ello. Es más, tanto en medios tradicionales como en redes sociales es fácil encontrar múltiples referencias a una suerte de frustración y descontento con respecto a tal dinámica, misma que, en lo puramente local, apunta a esa falta de voluntad política e incompetencia que innegablemente han producido un evidente rezago en los procesos a través de los cuales quizá se hubiera podido adelantar buenos pasos para ganarle trecho al virus. Que nadie estaba preparado para enfrentar una pandemia como la actual, es cierto, nadie en el mundo lo estaba, pero ello no justifica la falta de voluntad, la insensibilidad y la falta de responsabilidad al respecto, tampoco puede ello esgrimirse falazmente como óbice para la transparencia y eficiencia que todo un país en su conjunto espera. Que haya donaciones y generosidad (por las razones que sea) de otros Estados hacia el pueblo de Guatemala, es algo que no se debe pasar por alto. El gesto se agradece y no creo que exista alguien que no se alegre al ver que, aunque en un ínfimo porcentaje, empiece de alguna manera a verse gente inmunizada mediante una vacuna en el país. Yo me alegro por ello y lo agradezco profundamente. Pero no puedo dejar de expresar esa desazón e incomprensión que produce lo irónico que resulta el hecho de que dicha inmunización empiece a ocurrir gracias a países distantes y quizá distintos política y culturalmente a Guatemala, y no a verdaderos esfuerzos locales, propios (es decir, de quienes tienen la obligación de responder por ello), lo cual dice mucho y sin duda evidencia también el actual estado de las cosas en países como Guatemala. Más allá de las excusas, elucubraciones o dimes y diretes que suelen hacerse públicos en nuestra sociedad cotidianamente, el hecho tan sólo pareciera confirmar esa falta de voluntad e ineficiencia aludidas y repetidas popularmente hasta el cansancio. Las palabras se las lleva el viento, como dice el refrán, pero las acciones…, las acciones son un asunto muy distinto. Y eso es lo que cuenta al final. Reitero mi agradecimiento a los donantes y me adhiero a la alegría que seguramente experimentan quienes, quizá sin darse cuenta, han empezado a formar parte ya de la estadística de personas vacunadas en el país.

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