Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

[…] Desde la perspectiva que abordada la semana pasada con respecto a cómo se ha empezado a vivir el actual ciclo de instrucción escolar en el país, es innegable que para los niños y para los padres de estos la situación puede resultar molesta, frustrante y en muchos casos desesperanzadora. Verse inmersos en un ciclo escolar tan incierto, con tantas dificultades y obstáculos por superar y con muy poca claridad de cara al futuro, sin duda puede producir más que estrés y desazón. Por mucho que las autoridades encargadas pretendan invisibilizar la magnitud de la problemática, o por mucho que queramos ser optimistas al respecto, el asunto es sumamente serio y preocupante. Aunado a ello, existe la inconciencia, irresponsabilidad e insensibilidad de quienes no pierden la oportunidad de sacar algún beneficio particular (personal) adicional de tal situación, o simplemente parecieran pretender ser ajenos a los efectos sociales de una pandemia como la que hoy día enfrentamos como humanidad. El desempleo o la baja en los ingresos familiares es tan sólo uno de estos efectos, lo cual se traduce, sin necesidad de mucho analizar, en menor capacidad para pagar colegiaturas; menor acceso a conexiones de Internet; menor capacidad de compra de dispositivos electrónicos o tecnológicos; menor capacidad de desplazamiento dentro y fuera de la ciudad; etc. No obstante, las colegiaturas se han mantenido igual o han aumentado en algunos casos; los colegios y otras instituciones educativas piden o incluso exigen de los estudiantes mayor capacidad de conexión a plataformas y redes sociales; los precios de computadoras, laptops y tablets se han visto incrementados en las últimas semanas (o las tiendas, curiosamente, no tienen existencia de las que podrían ser más baratas); la lista podría extenderse, sin duda, pero valga decir que (aunque no generalizo por su puesto), en la mayoría de los casos, eso es lo que está ocurriendo, más allá de lo puramente académico y de las jornadas y metodologías empleadas que ya comentaba en la primera parte de este breve texto. Hago la salvedad (porque es necesario), de que me estoy refiriendo a este tema basándome en reiterados comentarios y quejas que he escuchado personalmente prácticamente a diario durante las últimas dos semanas en el área urbana, pero, imaginemos por un momento cómo se está enfrentando la situación en áreas rurales, allí donde se camina mucho para llegar a una escuela pública; allí donde el acceso a Internet y tecnología es limitado o inexistente; allí donde adquirir una buena computadora puede ser poco menos que una utopía; allí donde por la escasez o precariedad de los recursos, quizá tenga que decidirse entre enviar a la escuela a los hijos o darles algo de comer… En fin. Dejo la reflexión por aquí, por si acaso.

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