Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Llegando al fin de un año tan complicado por la pandemia que afecta a la humanidad uno quisiera abordar otros temas relacionados con esa situación y la solidaridad que hemos visto, especialmente de quienes trabajan en primera línea salvando vidas en estos meses aciagos o pasar revista de los distintos acontecimientos que se dan en nuestro ambiente social, político o económico. Sin embargo, como el que parpadea pierde, no puede uno dejar de poner la vista en la forma en que están actuando, a la desesperada y con el mayor descaro, los pilares de la Dictadura de la Corrupción que están urgidos de copar el último reducto de la legalidad en el país, la CC, antes de que llegue el temido día 20 de enero del 2021, cuando su principal respaldo y garantía, el responsable del fin de la lucha contra la corrupción en Guatemala, Donald Trump, salga por la puerta trasera de la Casa Blanca.

Y por supuesto que mientras parpadeamos o, peor aún, nos gane la indiferencia, el conjunto de pícaros operando en los poderes del Estado y de sus socios en el sector privado va a salir ganando y podrá concretar sus planes de tener el más absoluto control de la institucionalidad en el país para hacer irreversible la captura del Estado que tantos frutos les ha rendido a unos y otros.

La elección que hará el Colegio de Abogados el lunes próximo es un claro ejemplo de cómo están actuando y de cómo les importa un pepino la opinión púbica. No escogieron un candidato discreto que pudiera ocultar sus vínculos con el Pacto de Corruptos sino fueron a escoger a uno de los más preclaros y definidos exponentes que, en su calidad de juez, ha resuelto sin vacilación ni empacho de forma consistente a favor de todo lo que significa impunidad. Recuerdo muy bien ahora aquella reacción de mi gran amigo César Augusto Toledo Peñate cuando, en el Consejo de Estado, le expuse lo que habíamos trabajado con Amílcar Burgos para “garantizar la elección de magistrados decentes y competentes para el TSE” mediante la conformación de una Comisión de Postulación dominada por la academia. Y al escuchar la descripción de lo que luego daría lugar a que todos los Magistrados del sistema de justicia fueran designados por ese procedimiento, Toledo Peñate me dijo: “¡Excelente idea! Lástima que hecha la ley hecha la trampa porque con eso lo que se hará es prostituir a la Academia”. Dicho y hecho porque hemos visto cómo surgen universidades de garaje y cómo las elecciones en la Universidad de San Carlos y los colegios profesionales se convirtieron en pieza clave de la corrupción.

Porque la corrupción no está sólo en el Congreso o en el Ejecutivo y el poder judicial. Está por todos lados y se mueve sin sigilo ni rubor porque saben que están dando su última batalla antes de que les caiga la viga con cuestiones como la Lista Engel y otros cambios que vendrán a partir del 20 de enero.

Pero no depende de Washington el que acá frenemos la corrupción. En realidad depende de nosotros, de nuestra entereza como ciudadanos y de nuestro compromiso con la decencia que nos deben llevar a actuar y mostrarle al pacto que no tenemos sangre de horchata.

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