La niñez se ve afectada por estas condiciones. Foto La Hora/SESAN

Ayer publicamos un estudio de la ONU en el que se reporta que Guatemala es el país de América Latina y el Caribe que tiene el mayor retraso en el crecimiento de niños menores de 5 años, problema que afecta a 46.7 del total de infantes en ese rango, lo que viene a confirmar lo que tanto se ha dicho en el sentido de que la mitad de nuestros niños no tienen suficiente nutrición como para mantener niveles de crecimiento físico y cognitivo propios para su edad y que eso les condena a sufrir, de por vida, los efectos causados por esa condición.

No se trata de un padecimiento pasajero ni de uno en el que el daño causado pueda recuperarse. Es una marca para toda la vida porque que se produce en la etapa crucial del crecimiento y lo que no se pudo obtener en esos primeros cinco años de vida no llegará ni siquiera después con un incremento de la ingesta alimentaria.

Lo más doloroso de esta situación es que se trata de algo que en Guatemala sabemos desde hace mucho tiempo y ni el Estado ni la sociedad hace absolutamente nada para la implementación de políticas efectivas para enfrentarlo. El mismo presidente actual, en el discurso que le hicieron para su toma de posesión mencionó el problema y llamó a una cruzada nacional para resolverlo, pero cuando llega el momento de que se tenga que aprobar el primer presupuesto de su mandato resulta que no le ponen interés al tema y asignan cantidades que son migajas comparadas con la danza de millones específicamente pactados para la corrupción.

Es inaudito que una sociedad, en pleno siglo XXI, sufra esos efectos de la desnutrición crónica, pero lo más increíble es que no se inmute, que lo tolere y asuma como algo que así tiene que ser, como algo que deberemos arrastrar para siempre.

Si se habla de que la corrupción impide la inversión para que el Estado cumpla sus fines, uno de los efectos inmediatos es el tema de la desnutrición que retrasa el crecimiento físico de nuestros niños. Y es algo que todos sabemos y con lo que aprendimos a vivir tranquilos, sin inmutarnos ni mucho menos sufrir. Los sectores de poder, sea éste político o económico, no viven de cerca el sufrimiento de lo que es tener una mesa vacía y que los hijos no puedan comer tres tiempos, pero eso no ocurre en otros hogares donde se padecen los efectos de la pobreza que se dispara por efecto de la corrupción.

Redacción La Hora

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