Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata

Hace algunas semanas, cuando escuchaba el primer debate entre los contendientes en las elecciones de Estados Unidos, me parecía que la política en ese país está degradada. Pero ahora que somos testigos del resultado de esas elecciones, la conclusión es aún más dramática. ¡Más de 70 millones de estadounidenses votaron por Trump!

El Presidente estadounidense está destruyendo la legitimidad de esa democracia, señalando la comisión de fraude electoral. Esa denuncia, proveniente del propio Presidente, demuele la legitimidad del sistema político de los Estados Unidos.

Pero, además del cavernícola debate ya referido, el “trumpismo” en el ejercicio del poder político durante estos cuatro años, ha contribuido significativamente a que Estados Unidos deje de ser el líder de un mundo que se había convertido, después de la implosión del campo socialista, en unipolar. Este país ahora ya no goza del respeto que antes tenía por parte de sus aliados y adversarios en el juego de la geopolítica planetaria.

Por todo lo anterior, el triunfo proyectado de Biden (porque legalmente aún no se ha producido), ofrece la oportunidad de recomponer el sistema e iniciar un proceso de recuperación de la legitimidad que requiere un poder imperial en el mundo contemporáneo.

Para nosotros en Guatemala todo este proceso de deterioro político de los Estado Unidos durante la administración de Donald Trump ha tenido efectos dramáticos, dada nuestra ubicación geográfica, tan inmediata al área de influencia (históricamente es más preciso decir de dominio) de los Estado Unidos. Y el peor de ellos ha sido la reversión de los avances obtenidos en la lucha contra la corrupción y la impunidad durante el tiempo que Don Iván Velásquez encabezó la CICIG. Coyunturalmente ha triunfado esa perversa convergencia entre sectores ultraconservadores, empresarios afectados por la lucha contra la impunidad, mafias político criminales que acumulan su capital a partir de los negocios con el Estado y el crimen organizado. Otro de los efectos negativos se dio en el tema de la migración, donde se privilegiaron las acciones represivas y se aprovechó la servidumbre del gobierno de Jimmy Morales.

Por eso, más allá del intento de recomposición del poder imperial que se está haciendo en el norte, las élites guatemaltecas (empresariales honestas, sociedad civil y movimientos sociales) deberían alcanzar un acuerdo nacional mínimo sobre cómo relacionarnos con ese poder imperial para que podamos aprovechar las coincidencias concretas que tenemos con quienes intentan esa recomposición.

Me refiero a evitar que se cierre el círculo de cooptación del Estado guatemalteco por parte de los actores perversos ya mencionados ya que ello significaría la conversión de Guatemala en un Estado fallido. También a la necesidad de evitar la profundización de la pobreza y la exclusión que vive la inmensa mayoría de la población, la cual es antesala de la convulsión social con desenlaces imprevisibles.

Alrededor de esos dos grandes temas deberíamos definir una agenda para relacionarnos con Estados Unidos, para que efectivamente ese poder imperial pueda tener alguna virtuosidad para nosotros, contrario a lo que ha sido la historia patria en esa dolorosa relación.

Ya basta de correr a la Avenida La Reforma o a Washington para lograr apoyos imperiales a intereses particulares. “Progres” y conservadores honestos deberían trabajar juntos en los propósitos referidos, construyendo una relación binacional con dignidad y pragmatismo (del bueno).

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