Arlena Cifuentes
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Días previos al arribo de la tormenta Eta pude observar con angustia, como en las calles y avenidas de algunas zonas del país se generaba un incremento considerable de las banderas blancas esta vez con presencia de niños de corta edad, cuyas madres aún bajo la lluvia permanecían esperando recibir alguna ayuda; así también, algunas personas de la cuarta edad, hechos que a pesar de mis años y de estar consciente de las monstruosidades que se suceden en este país me provocan impotencia e indignación y por qué no decirlo, dolor. Dolor del alma por esos seres inocentes que vinieron a un mundo en donde la indiferencia de las mayorías impera, en donde el sistema ya no es solamente injusto sino apesta a podredumbre de corruptos, de esos que roban y se llenan los bolsillos de esos a quienes la llamada justicia no se ocupa sino que funciona a su favor. Y es que cada vez más podemos comprobar la manera en que el ser humano ha perdido toda sensibilidad, toda vergüenza –o probablemente siempre ha sido así- una Guatemala llena de aves de rapiña en contra de quienes no se actúa, con el agravante de que los habitantes permanecen mudos e indiferentes, esto último es el peor de los males, una verdadera pandemia.

Entre las consecuencias de la pandemia que vino a acentuar las condiciones de pobreza, y lo que aún nos falta por enfrentar dentro de la llamada “segunda ola” de la cual no tenemos información veraz; el paso de la tormenta Eta se ha dejado sentir despiadadamente, ha hecho estragos en casi todas las áreas del país dejando desprovistas a miles de familias cuyas condiciones de vida ya eran deplorables sumidas en el desamparo y sin esperanzas de recuperar lo que perdieron y que constituía todo su haber. Hay que reconocer que la solidaridad brota desde personas en lo individual como de algunas instituciones, pero debemos tener claro que esto se constituye en un paliativo y que estos problemas se dan porque las instituciones como CONRED, cuya razón de ser es precisamente prevenir estos desastres no muestran el menor interés en cumplir con su responsabilidad. Un ordenamiento territorial basado en un plan eficiente de gestión de riesgo son más que urgentes.

Muchas poblaciones del país se encuentran incomunicadas y surgen preguntas alrededor de esto. ¿Cuánto tiempo llevará restablecer las vías de comunicación terrestre? ¿Qué negocios y desfalcos se realizarán tras la fachada de esta reconstrucción de puentes, carreteras y de lo que se anunciará como ayuda a los damnificados?

Consciente de que “una golondrina no hace verano” y ante lo angustioso de la cruda realidad únicamente se opta por proporcionar una pequeña ayuda por aquí, otra por allá que no representan solución alguna y que se constituyen en un paliativo que se esfuma en un instante ya que el verdadero problema de la pobreza, de la indigencia y de la desnutrición se incrementan a pasos agigantados a sabiendas de que al gobierno de turno le viene del norte. Pero, quizá no sea esto último lo más grave, sino la indiferencia de los guatemaltecos, todo se ve desde lejos y es que a nadie le importa ni le interesa la necesidad del otro mientras se satisfaga la suya. Hay situaciones y momentos en los que me surge el cuestionamiento existencial debido a que en mi mesa hay más de lo necesario o como sucede al salir de una tienda de delicadezas lo primero que veo y palpo es el hambre, la necesidad y desesperación de quienes salen a mi paso; se incrementa mi conflicto al intercambiar para conocer su realidad todo mi ser se llena de impotencia y no puedo evitar preguntar a Dios ¿Por qué tanta desigualdad? A pesar de que tengo la respuesta.

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