Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Cada cuatro años uno tiene que recordar que el país que se presenta como la democracia más perfecta del mundo y la más consolidada, mantiene resabios del pecado original que tuvieron los llamados padres de la Patria al negarle al pueblo el derecho a ser el elector directo de sus autoridades. En Estados Unidos un candidato puede ganar la mayor cantidad de votos en la elección popular y, aún así, perder la elección como ha ocurrido varias veces, la última en 2016 cuando Trump ganó sin haber tenido el respaldo de la mayoría de la población. Esta mañana, mientras continúa el conteo de los votos y la incertidumbre respecto a quién terminará ganando la elección, resulta que si fuera por los votos populares ya habría un ganador, puesto que Joe Biden tiene al momento 71,993,735 votos, para un 50.4% del total emitido, mientras que Donald Trump tiene 68,363,995, es decir el 47.9 por ciento, es decir que la diferencia entre ambos es de 3,364,177 votos pero sigue siendo alta la probabilidad de que Trump vuelva a ser electo aún sin recibir el respaldo de la mayoría de los electores.

Los historiadores recuerdan que los fundadores de los Estados Unidos querían una república en la que la población eligiera a sus autoridades en vez de la monarquía que muchos de ellos conocieron como súbditos de Inglaterra. Sin embargo, no tenían confianza en la capacidad de los ciudadanos para tomar la decisión correcta al ir a las urnas y por ello dispusieron constitucionalmente establecer un Colegio Electoral integrado por personas muy selectas de cada uno de los Estados para que ellos fueran los que tomaran la decisión final. El proceso ha tenido algunas leves modificaciones y casi todos los que resultan designados en el Colegio Electoral tienen que votar por quien ganó el Estado, pero evidentemente no hay una proporción correcta para igualar el peso del voto de los ciudadanos con el voto de quienes son, en realidad, los verdaderos electores.

Por ello es que se ha visto en la historia que políticos que perdieron la elección popular llegaron a la Presidencia en cinco oportunidades. La primera en 1824 cuando Andrew Jackson, con el 42.3 por ciento de los votos, perdió ante John Quincy Adams, quien apenas obtuvo 31.6%. Lo mismo ocurrió en 1876 cuando Rutherford Hayes llegó a la Casa Blanca no obstante haber sacado 3% votos menos que su rival Samuel Tilden.

La historia volvió a repetirse en el año 1889 cuando Benjamin Harris fue electo Presidente pese a haber perdido en el voto popular frente a Grover Cleveland. Y ya en este siglo lo mismo pasó en el año 2000, cuando George Bush ganó la presidencia y perdió el voto popular ante Al Gore por una diferencia de 0.5% del total de sufragios, situación que se repitió en el 2016 cuando Trump fue investido como mandatario pese a que en las urnas Hillary Clinton le sacó una ventaja de 2.1% de votos.

Ahora la diferencia es de 2.5% que se traduce en más de tres millones de sufragios y Trump, aún perdiendo, puede ser electo Presidente.

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