Juan Antonio Mazariegos

jamazar@alegalis.com

Abogado y Notario por la Universidad Rafael Landívar, posee una Maestría en Administración de Empresas (MBA) por la Pontificia Universidad Católica de Chile y un Postgrado en Derecho Penal por la Universidad del Istmo. Ha sido profesor universitario de la Facultad de Derecho de la Universidad Rafael Landívar en donde ha impartido los cursos de Derecho Procesal Civil y Laboratorio de Derecho Procesal Civil. Ha sido y es fundador, accionista, directo y/o representante de diversas empresas mercantiles, así como Mandatario de diversas compañías nacionales y extranjeras. Es Fundador de la firma de Abogados Alegalis, con oficinas en Guatemala y Hong Kong, columnista del Diario La Hora y Maratonista.

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Juan Antonio Mazariegos

Un rápido vistazo a mi agenda de esta semana me indica que en 5 días estuve o estaré, en reuniones telemáticas durante 23 horas, un poco más de 4 horas al día. Mi computadora y mi celular tienen ahora iconos o apps de teens, meet, zoom, etc, algunas de las ahora muy populares plataformas de comunicación que vinieron a convertirse en el boom de la pandemia, en un inicio impulsadas por el confinamiento y el teletrabajo y luego por la comodidad y la versatilidad de conectarse en tiempo real y sin preocupaciones propias de desplazamientos, como el tráfico, la puntualidad o los costos asociados a los mismos.

La comunicación por medios digitales dio un salto exponencial en los últimos 7 meses, por supuesto, los resultados de las reuniones bajo estos medios son diversos, hay desde estupendas reuniones muy bien llevadas, hasta verdaderos caos digitales en donde las personas acumulan emojis de manos levantadas, chats en donde no es posible siquiera seguir el hilo de las conversaciones o interrupciones verbales provocadas por la falta de disciplina al hablar, al extenderse, interrumpir o por micrófonos abiertos que nos permiten escuchar ladrar al chucho, el timbre de un teléfono y todos los otros sonidos que rodean a alguno de los interlocutores que no tiene ni idea de donde apagar su micrófono.

La puntualidad, al amparo del argumento de la hora chapina, no nos ayuda mucho, se ha vuelto común que quienes “llegamos” puntuales, decimos hola, apagamos cámara y micrófono y nos ponemos a hacer otra cosa en lo que se van sumando los demás convocados.

La posibilidad de leer el leguaje de gestos ha mermado, la distancia de la cámara en relación a la persona, la luz del lugar o su posición en relación al sujeto impiden seguir esa tan importante comunicación no verbal. Hemos aprendido que las paredes blancas, sin objetos concentran la atención en el sujeto, aunque los fondos cubiertos de objetos nos dejan entrar un poco más a espacios a los que probablemente en otra época no hubiéramos podido tener acceso, o los fondos de pantalla virtuales sitúan a nuestro interlocutor en medio del campo, una playa o un bosque que se difumina alrededor del recorte de la silueta de quien nos habla en una especie de conversación robotizada que se interrumpe o se congela según la capacidad de banda del internet, la cual se ha convertido en el mayor deseo de cualquiera que tenga la necesidad de trabajar en estos nuevos tiempos.

He tenido la oportunidad de asistir a webinars, como se les conoce ahora a los antiguos seminarios, como público o como expositor y he vivido el esfuerzo por concentrarme en disertar o escuchar, han surgido nuevas formas de apoyo para la exposición y la atención, aunque aún cuando observo a mis hijos recibir sus clases de la universidad, predominan las cámaras apagadas y los nombres de pila en la pantalla.

Tocará aprender a mejorar, como en todas las demás situaciones de la vida, ahora ya prefiero estar una hora frente a mi computadora hablando que estar una hora encerrado en una sala con otras personas, todos utilizando mascarillas. Creo que falta mucho para que la comunicación virtual alcance los beneficios y las ventajas de la comunicación directa y presencial, pero esto vino para quedarse y habrá que adaptarse, como cuando hace muchos años, un hombre escuchó por primera vez la voz de otro por un teléfono y la comunicación cambió para siempre.

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