Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Gracias a Dios nunca le he deseado la muerte a nadie y cuando ayer se dijo que había muerto Roberto Barreda lo primero que pensé fue en sus dos hijos, que ya andan en la adolescencia, y en los abuelos que cambiaron de vida para hacerse cargo de esa preciada herencia. Obviamente también pensé que un claro objetivo de Roberto Barreda era que para siempre quedara en secreto qué pasó con su esposa y madre de esos hijos, Cristina Siekavizza y que, en efecto, el secreto fuera algún día sepultado en alguna tumba para eterna memoria, borrando cualquier indicio de lo que pasó en aquella fatídica noche.

Y es que es imposible no pensar en esos jóvenes y en Juan Luis y Angelís y la forma en que ellos centraron su vida en la búsqueda de justicia por el crimen contra su hija y en la formación de sus nietos, tareas que han hecho con ejemplar dedicación y que es de verdad motivante para tantos que en Guatemala sabemos los vericuetos de la justicia porque, con todo y todo, en medio de una adversidad espantosa por la forma en que se mueven los tentáculos del poder, han seguido al pie del cañón, librando una batalla inconmensurable que, por lo menos, ha servido de ejemplo para no darnos por vencidos frente al imperio de la impunidad.

No soy asiduo visitante de los cementerios pero aunque sea ocasionalmente el poder llegar a donde están reposando los restos de un ser querido me genera mucha paz y tranquilidad. Y desde hace 9 años, cuando he ido a algún cementerio y pasó por donde está la tumba de alguno de los míos, pienso mucho en los Siekavizza y sus nietos porque no tendrán ese momento de inmensa paz que se siente cuando uno puede elevar una oración por las almas de esos cuerpos que, como estaba escrito, simplemente volvieron a la tierra.

La muerte de Roberto Barreda está envuelta en la polémica porque dados los antecedentes y la forma en que desapareció de Guatemala con sus hijos para luego ser ubicado en México, donde ya tenía otra identidad (y otra pareja), no deja de hacer que surjan dudas que pueden ser más que justificadas. Hasta una prueba de ADN en este caso se puede poner en duda por el colmillo de la gente que hizo hasta lo imposible por librarlo de la justicia. No es que la opinión pública sea mal pensada o demasiado suspicaz, sino que existen suficientes elementos para que, en este caso, se planteen dudas fundadas y algunos, seguramente, jamás van a creer en la versión oficial de la muerte ocurrida en el Hospital General San Juan de Dios.

Yo me quedo con los duros momentos que, en todo caso, tienen que estar pasando sus hijos porque no sólo pierden a su padre sino también cualquier esperanza de saber en realidad que pasó con su madre. Y por ello mi pesar es por ellos y por los abuelos, a quienes renuevo mi admiración y mi respeto.

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