Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Entre otras cosas, la pandemia de coronavirus que actualmente afecta al mundo ha puesto en evidencia varias realidades que van más allá de las temáticas sanitaria y económica que ocupan nuestros días (lógico e importante es que así suceda, por supuesto). Entre estas otras realidades encontramos, por ejemplo, la verdad innegable de que si existiera voluntad (política, social, académica, personal, etc., según sea el caso), un mundo mejor sería realmente posible; hacer las cosas en función de una mejor vida para todos sería posible. No obstante, la naturaleza humana es tan complicada, aparentemente. ¿Cómo sería el mundo si tan sólo la mitad de todos los recursos que se han destinado ya a distintos rubros “inesperados” durante los últimos meses (gastado o invertido, según las distintas apreciaciones que van surgiendo continuamente), se destinaran a políticas públicas y programas mediante los cuales se buscara verdaderamente y de forma continua el desarrollo de los Estados?: buenos sistemas de salud; educación pública de calidad, etc. ¿Cómo sería nuestra sociedad si las “millonarias donaciones” que se han hecho en los últimos seis meses (que se agradecen, claro está), se hicieran sin necesidad de que para ello exista una emergencia mundial como la actual?… La verdad es que quién sabe. Sin embargo, como una cosa lleva a la otra, bueno es darnos cuenta de que todo en este mundo se encuentra interconectado de alguna manera, aunque no nos percatemos de ello. Desde la posibilidad de tener un buen sistema de salud o un buen sistema transporte público que son dos cosas tan distintas aparentemente (por ejemplo), hasta los cambios y efectos en el medio ambiente que obviamente inciden de forma directa incluso en la calidad del aire que respiramos diariamente. Basta ver los efectos de cómo en distintos países con altos índices de contaminación, durante los meses más recientes, se han observado cielos más azules y despejados; ríos y playas con aguas más cristalinas; áreas silvestres, parques y reservas naturales con mayor afluencia de especies animales que normalmente son poco observadas, etc. Todo ello demuestra, entre otras, esa interconexión aludida y cómo una cosa lleva a otra. También evidencia la facilidad con que el planeta podría, en un momento dado, recuperar todo aquello en lo que ha habido intervención humana durante siglos y que no siempre ha sido precisamente para bien. Si de pronto la humanidad se viera diezmada considerablemente (como en aquella novela de Stephen King), muy probablemente el mundo y la vida cambiarían radicalmente casi de la noche a la mañana. Por ello, preciso es considerar cómo muchas cosas están cambiando rápidamente (de más está decirlo): unas para bien y otras quizá no tanto. Cambios inevitables y algunos quizá impredecibles. No obstante, cuando un cambio ocurre a la humanidad, ello también puede suponer una oportunidad para mejorar, para ser un poco más sensibles, un poco más conscientes, un poco mejores seres humanos, ojalá.

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