Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Esta mañana, pensando en escribir sobre la forma en que se ha destruido la institucionalidad en Guatemala y el costo que ello tiene en la pandemia actual, en la que los habitantes del país tenemos que librar nuestra propia y peculiar lucha por evitar la explosiva propagación del virus, encuentro en el New York Times un escrito que es una especie de testamento de John Lewis, el activista y luchador por los derechos civiles que dedicó su vida a tal causa y que durante muchos años fue en el Congreso de Estados Unidos una especie de voz de la conciencia respecto al racismo sistémico, muchas veces solapado, existente en su país.

La reflexión de John Lewis se produjo pocos días antes de su muerte y cuando ya estaba hospitalizado luego de haber hecho su despedida formal del activismo cuando visitó la plaza “Black Lives Matter” en el área donde está la Casa Blanca. Al día siguiente de ese acto público entró al hospital sabiendo que estaba ya al borde de la muerte y desde allí preparó esa especie de testamento moral sobre la base de apelar a la responsabilidad y compromiso de los ciudadanos para cambiar las cosas que funcionan mal en su sociedad, afirmando que la democracia no es un estado sino una acción y que todos los días tenemos que actuar y luchar por lo que creemos.

Y es que muchos que vemos y hasta nos indignamos por lo que sucede a nuestro alrededor no actuamos para impedirlo y nuestra inacción nos vuelve, tristemente, en cómplices de lo que sucede. En el caso de Lewis su constante lucha fue en contra de cualquier forma de racismo y con la misma valentía que encabezó la marcha para cruzar el puente Selma y acompañó a Martin Luther King en Washington, cuando éste expuso su sueño de la sociedad que buscaba, siguió por décadas con su enérgica y sensata voz enviando el mensaje del pacifismo incontenible en busca de los derechos civiles.

En Guatemala tenemos racismo, sin duda, pero sus efectos se multiplican por el fenómeno que permitió a la corrupción realizar la captura del Estado hasta niveles de verdadero absolutismo, aniquilándole por completo la capacidad para el cumplimiento de sus fines esenciales. Dedicado absolutamente al latrocinio, el enriquecimiento ilícito y la acumulación de privilegios, dejó de preocuparse por el bien común y hasta por la protección elemental del ser humano que manda la Constitución. Esta pandemia no es sino la última muestra de la forma en que esa captura destruyó al Estado. Leyendo a Lewis y tomando conciencia de sus palabras respecto a cómo la inacción fomenta y tolera esas formas perversas en nuestras sociedades, lo veo gráficamente en nuestra dolorosa realidad.

El silencio de tanta gente, el acomodo para evitar problemas y la resignación ante el poder de los malos nos hace ser indiferentes y dejarlos a sus anchas para que sigan pactando como destruir a una Corte, como remover a reales o supuestos enemigos y a quienes son valladar para sus ambiciones. La llamada primavera del 2015 fue hábilmente desmochada con la ficticia e impuesta polarización y con ello se asentó esa nueva dictadura.

Leyendo a Lewis hoy en el New York Times se siente la motivación para entender que la acción ciudadana es la clave de todo.

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