Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

La reciente entrevista concedida por el exasesor de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, John Bolton, revela un rasgo de personalidad de Donald Trump que, aunque en él cobra matices relevantes, no es ajena a un modelo de comportamiento social bastante extendido en la contemporaneidad.

Me refiero no solo al afán enfermizo por aparecer en las fotos a como dé lugar, sino a la conducta obsesiva en lo que en mercadotecnia llaman “branding”. Nos figuramos marcas y, subvaluados, nos “vendemos” al mercado mostrando las características de un producto frecuentemente falso, confeccionado solo a la medida de los demandantes. Así, reducida la vida según los códigos del capitalismo, caminamos en alfombras rojas imaginarias.

Justo lo que atestigua Bolton cuando se refiere al histrionismo de Trump. “Creo que estaba tan concentrado en la elección, porque los asuntos a largo plazo quedaron en el camino. Entonces, si pensaba que podía obtener una oportunidad para tomarse fotos con Kim Jong-un en la zona desmilitarizada en Corea, o si pensaba que podría obtener una reunión con los ayatolás de Irán en las Naciones Unidas, siempre había un énfasis considerable en la oportunidad para tomarse fotos y la reacción de la prensa, pero poco o ningún enfoque en lo que tales reuniones hicieron para la posición de negociación de los Estados Unidos… Y creo que quedó muy claro para los líderes extranjeros que estaban tratando con un presidente que simplemente no se tomaba en serio muchos de estos temas, en detrimento nuestro como país”.

Puede que el inquilino de la Casa Blanca le haga un flaco favor a la política estadounidense con el circo diario, pero reconozcamos también que, “mutatis mutandis”, nuestro ridículo tiene sus propios alcances. El espectáculo de poca calidad que ofrecemos a los demás con nuestras vidas inauténticas es tan trágico como el del gobernante norteamericano.

No puede ser de otra manera. No solo nos devaluamos al encarnar protagonistas en un teatro que existe en nuestra conciencia, sino al impedir el despliegue de nuestras propias facultades. La traición es cósmica: a mí mismo, a los demás… y si se es creyente, hasta a Dios. Si es así, ¿Cómo se llega a semejantes niveles de falsificación? ¿Por qué es tan habitual ese tipo de personalidades en nuestra sociedad contemporánea?

No tengo claro el diagnóstico, pero me parece que tiene que ver con lo cómodo que es fingirse actor y repetir guiones. La penetración del capitalismo con su lógica de mercado que privilegia el parecer frente al ser. Las fallas estructurales, la egolatría acendrada, nutrida por nuestra pereza intelectual y la fragilidad de un espíritu demasiado vulnerable para la milicia que requiere la vida. Esto explica la popularidad de una conducta que ha devenido en carácter, signo de nuestros tiempos.

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