Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Ayer el presidente Alejandro Giammattei advirtió que si se levantan las restricciones vigentes se puede esperar por lo menos la muerte de 17,751 personas debido a la explosión que habría en los contagios. Sinceramente creo que el estimado del doctor Giammattei se queda corto porque no solo somos un país con un muy deficiente sistema de salud producto de tantos años de corrupción, sino tenemos elevadas tasas de diabetes, hipertensión, enfermedades renales y desnutrición que nos hacen más vulnerables y que pueden elevar el índice de muertes más allá del promedio mundial. Pero, en todo caso, el gobernante explicó con meridiana claridad la prioridad para su gobierno al decir que para que haya economía tiene que haber vida y me parece un enfoque correcto.

Lo que está pasando en el mundo nos coloca a todos en aquella posición de tener que escoger, ahora sí, entre la bolsa y la vida, vieja posición en la que los ladrones colocan a sus víctimas para hacerles ver que el asunto no es un juego. Y es que hay que entender que la economía está al servicio del hombre, o por lo menos debiera estarlo, pero es evidente que hay quienes dicen que el hombre está al servicio de la economía y por ello se entiende su postura de demandar el retorno a esa “normalidad” que no toma en cuenta al ser humano porque, finalmente, no es más que parte de la cadena de producción para generar ganancias.

Creo que el mensaje de anoche del doctor Giammattei ha sido el mejor que ha dirigido desde que empezó la crisis. Con firmeza y claridad repudió las acciones de salvajes que tratan de linchar a reales o supuestos focos de contagio, como si no todos podemos serlo en cualquier momento y hasta sin darnos cuenta. Su enérgica postura rechazando los intentos de linchamiento tiene que ir acompañada de acciones legales en contra de esas turbas que vomitan odio, pasando por alto que el día de mañana ellos mismos pueden ser portadores del virus y no quisieran que la multitud les tratara de esa forma. Menos aún si no son portadores pero son atacados porque alguien pega un grito mentiroso para que la turba los linche.

Y en el otro tema coincido totalmente en que para que haya economía tiene que haber vida, sobre todo porque no concibo otra economía que la que esté al servicio del hombre. Jamás he aceptado la otra versión pero además ahora hay una cuestión de elemental lógica que algunos, cegados por su fanatismo, no entienden. Si se abre la economía levantando todas las restricciones, el efecto de la pandemia será no sólo más mortífero, sino más prolongado y eso se termina traduciendo en incrementar el tiempo en el que la recesión y la crisis golpee a las empresas. No digamos a tanta gente en un país como el nuestro, donde tenemos niveles elevadísimos de pobreza que, por cierto, no son objeto de preocupación para quienes sólo ven la economía como el instrumento para acumular más y más ganancias.

Lo que es cierto es que esta crisis está poniendo en evidencia hasta dónde se ha deshumanizado un sistema que coloca a ese tipo de economía como el nuevo Dios al que la humanidad debe no sólo adorar sino servir, pase lo que pase. El valor de la vida humana pasa a ser algo relativo cuando salvar algunas castiga tanto a la todopoderosa economía.

Frente a un ladrón que con pistola nos obliga a escoger de verdad entre la bolsa o la vida, solo un idiota prefiere la bolsa.

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