Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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En los medios de comunicación y entre quienes toman decisiones se puede notar que las acciones están más orientadas a las áreas urbanas, sin recordar que desgraciadamente tenemos otra Guatemala, la que algunos han llamado la Guatemala Profunda, en donde subsisten aquellos que socialmente son marginados, ignorados al punto de convertirse en invisibles, y que se mantienen en una condición de miseria que cuesta entender desde las posiciones ocupadas por los comunicadores y por los que dirigen los destinos del país, no sólo desde el ámbito político sino también económico.

En esta pandemia cada país la ha visto llegar “importada”, traída por viajeros de otros lugares del mundo que, generalmente sin saberlo, son portadores del virus que está causando estragos, pero una vez se presenta hay que poner atención a los contagios comunitarios. Guatemala cerró sus fronteras y con ello la probabilidad de seguir importando el virus, pero ahora nos toca una etapa diferente en la que debemos prevenir el contacto entre la gente para asegurar la contención del mal y eso se vuelve más difícil.

Se piensa que los viajeros que trajeron el virus generalmente tienen contacto con gente en áreas urbanas y que la gente de esa Guatemala Profunda está menos expuesta, pero lo visto en el mundo entero nos debe alertar para entender que nadie está libre de riesgo y que las medidas de prevención deben ser para todos. Pero obviamente tenemos que recordar las condiciones imperantes en esa otra Guatemala, poblada por la gente más pobre y que carece hasta de agua por lo que no se puede esperar que la extrema higiene que se recomienda y exige pueda servir de algo por la elemental ausencia del insumo principal de esas prácticas.

Dios no lo quiera, pero si en las áreas urbanas podemos tener problemas de saturación de los sistemas de salud, debemos pensar lo que pueda ocurrir en lugares donde esos sistemas no se pueden saturar porque simplemente no existen. No se trata, en absoluto, de generar alarma y preocupaciones innecesarias, sino simples reflexiones para que quienes están diseñando las estrategias de contención tomen en cuenta un mundo diferente, en el que muy poco pensamos y que permanece olvidado para el imaginario colectivo porque se han vuelto insignificantes.

Es gente que vive de remesas generadas por migrantes que serán de las primeras víctimas de la crisis económica en Estados Unidos. Muchos de ellos viven de servicios al turismo, como hoteles y restaurantes, y serán los primeros que se quedarán sin empleo en esa dramática previsión de que el desempleo en EUA puede llegar rápidamente a 20% de la población, porcentaje que ni siquiera en la Gran Depresión llegó a darse.

Solidaridad implica pensar en todos, pero sobre todo en quienes han estado más olvidados y por lo tanto son más vulnerables. El gobierno tendría que tener un equipo de planificadores y expertos en salud pensando especialmente en qué hacer en las áreas más apartadas, donde absurdamente pensamos que existe poco contacto humano. Es realmente un momento crucial para el país y debemos entender que la pandemia nos coloca a todos en el mismo rasero, al margen de nuestra alcurnia, poder o dinero.

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