Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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La divulgación de los abundantes correos que durante muchos meses estuvo enviando el principal arquitecto de la política antimigración del presidente Trump, Stephen Miller a editores del sitio de noticias en internet Breitbart News, no deja lugar a dudas de que no se trata de una decisión para impedir que migrantes de todo el mundo lleguen a Estados Unidos, sino específicamente de impedir el ingreso de inmigrantes de origen hispano, porque es producto de una fanática expresión ideológica de la llamada supremacía blanca que no por casualidad ha ido cobrando más fuerza desde la investidura del actual Presidente de Estados Unidos.

En la vida cotidiana en Estados Unidos es fácil ver que no se mide con el mismo rasero a todos los inmigrantes y que ni siquiera a todos los hispanos se les equipara por razones de origen. Se trata de una discriminación brutal en contra de los hispanos mestizos y pobres, esos que son detenidos en la frontera y separados de sus familias como resultado de las decisiones ordenadas por la Casa Blanca para detener el flujo de quienes son vistos como un riesgo para el dominio de la raza blanca. Esos hispanos que se llenan de hijos y cuyo número crece no sólo como resultado del constante ingreso por diversos puntos, sino por esa reproducción que supera por mucho los índices de las familias blancas.

Miller es reputado como el principal asesor del presidente Trump en el tema migratorio y a él se le atribuyen las medidas más radicales que se han tomado en contra de quienes, desesperados por la pobreza y miseria en sus países, buscan refugio en ese país que históricamente ha sido un crisol de razas y culturas, producto de inmensos flujos migratorios provenientes de todo el mundo. No existen datos de cuántos inmigrantes ilegales provenientes, por ejemplo, de la Europa del Este han sido detenidos desde que Trump llegó al poder, pero no olvidemos que la misma Primera Dama es inmigrante y la forma en que llegó al país ha sido seriamente cuestionada, lo que bastaría para evidenciar que para Donald Trump el problema no es la inmigración irregular, sino el color de la piel de quienes buscan refugio para aspirar al cacareado sueño americano.

La divulgación de los correos que enviaba Stephen Miller a los editores de Breitbart es una prueba contundente de que atrás de la política de la Casa Blanca, que él personalmente impulsa, no hay un deseo de atajar el problema general de la migración irregular sino simplemente de aquella que se ve como una amenaza para la supremacía de la raza blanca porque él mismo se presenta como un expositor fanático de las teorías más radicales vinculadas a esa peculiar forma de racismo.

Por supuesto que todo país tiene derecho a regular la migración y exigir que la misma se enmarque en sus propias leyes, pero cuando el espíritu del esfuerzo no es de carácter universal, sino simplemente dirigido a cierta raza, se pierde por completo el espíritu de las normas y se cae en la violación a la igualdad promovida por los derechos civiles que demandaron tanta lucha y tanto esfuerzo para su vigencia.

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