Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

La sociedad y la forma de gobernarse en la Colonia eran complejas y parecía haber llegado a su fin en las primeras décadas del ochocientos. La teoría y la práctica de gobernar debía de cambiar y eso lo sabía Pedro Molina, quien un 24 de julio de 1820 en el primer número de su periódico “El Editor Constitucional” fijaba principios significativos para el futuro de la Nación. Para empezar, afirmaba, que sus reflexiones: «No son obscuras para los hombres ilustrados (no escribimos para ellos) si lo es para el común del pueblo que siendo regido por la voluntad de un solo individuo…no ha llegado a sospechar la utilidad» e inmediatamente entraba a enseñar y explicar «Sociedad es la reunión de muchos hombres que han contratado servirse mutuamente, no ofenderse y defender al que sea ofendido en su persona o propiedades«. Y nos aclara: «Para contratar es menester arreglar las condiciones del pacto. Estas condiciones se llaman Leyes«.

Con esas definiciones, se lanza a hacernos una advertencia: «De aquí se deduce que cuando muchos hombres se hallan reunidos en una comarca, y no saben por qué y para qué se han unido, ni menos si ellos han establecido, o deben establecer las condiciones de su reunión, ésta no se puede llamar sociedad, sino un conjunto casual de individuos, a la manera de un rebaño de ovejas, que se gobierna por la voluntad de un pastor…Toda reunión en la cual el que manda hace leyes, y las interpreta, las hace ejecutar, o las deroga, se llama señor de vida y haciendas, y usa de esta fórmula: por ser así mi voluntad. Tal reunión digo que constituye un gobierno despótico: y el que la dirige se llama un déspota». E inmediatamente plantea que se debe buscar lo contrario «Soberano es un señor independiente de otro que gobierna a sus vasallos por las leyes que el mismo les da. En este concepto en toda sociedad bien organizada, en que solo el pueblo tiene derecho a establecer leyes, el sólo es y debe llamarse Soberano».

En ese mismo periódico, Ignacio Beteta aclara que: «Un Partido lo forma la diferencia de opiniones políticas: una Facción el interés particular de ciertas clases, sin consideración al Estado. Un partido…puede ir descaminado pero jamás tiende directamente a la disolución del Bien Público. Una facción siempre reconcentrada en sus miras particulares, siempre adherida a las personas y jamás al público, no puede nunca dominar sino sobre las ruinas de la libertad y el orden«.

Si trasladamos esas reflexiones a nuestra vivencia política actual: ¿no viene a ser el voto un absurdo y un sofisma? ¿Una obediencia ciega; una manera del sistema para congraciarse de ciertos aspectos de la democracia como es el emitir un voto que otorga partido ventajoso por los que ya detectan el poder: Afianzar una cultura ilegal política de inclinaciones, pasiones y ambiciones personales? ¿Cómo puede pensarse en el voto como una estrategia ética en contra de un accionar injusto? Este termina en convertirse en una aprobación al continuismo, cuando no existen los mínimos de que habla nuestro prócer.

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