Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

El hermano Pedro ingresó a Guatemala por la ruta del Río Grande, esto es, el Motagua, lo que hoy en día sería la carretera Jacobo Árbenz Guzmán, mejor conocida como ruta al Atlántico. No hay registros históricos de su trayecto pero tenemos que aceptar esa afirmación porque realmente no había otras opciones. Quienes venían de Europa (islas Canarias en su caso), tocaban tierra en Izabal y tomaban el camino que bordeaba el citado río. La ruta del Motagua era el puente que nos enlazaba con el mundo. Y lo sigue siendo.

Hace un siglo, las líneas del tren eran las arterias vitales por donde ingresaban pasajeros y mercaderías. Uno de los grandes propósitos de J. R. Barrios fue, precisamente, la conexión con el puerto en el Caribe que se materializó hasta 1908. Poco a poco el tren fue decayendo hasta llegar a la agonía -y muerte presunta- que hoy tiene. Casi todas las mercaderías que todos utilizamos, que vienen de países de occidente se mueven en los lomos de los cabezales que incansablemente circulan por esa ruta.

Pedro de Betancur entró a Guatemala en 1650 y seguramente pernoctó en Acasaguastlán. Su caravana se habrá detenido en esta población que era una estación en el trayecto hacia la ciudad de Santiago. Allí se estaba construyendo una iglesia grande con cúpula. Era una comunidad apacible, muy cálida –como sigue siendo hoy día—que se refrescaba por su proximidad con el río de agua limpia, transparente y dulce que bajaba de las montañas del altiplano del Reino.

Habrá impresionado a Pedro el frente del edificio. Una fachada primorosa llena de encajes artesanales que resaltan en relieve. En el centro está la imagen de un sol enmarcado color rojo terracota, con claras referencias mayas. Algunos eruditos aseguran que es la representación del dios sol precolombino con el rostro de la reina maya Ixquic. Igualmente, en la entrada principal se aprecian jeroglíficos que corresponden a Quetzalcoatl, la serpiente emplumada. En todo caso una muestra más del sincretismo religioso que, inevitablemente, se dio en la época colonial (y que sigue hoy día).

El terremoto de 1976 afectó mucho a este templo histórico, sin embargo los trabajos de reparación se han ido desarrollado al punto que casi están terminados y podemos apreciar el templo como lo habrá hecho el hermano Pedro y prácticamente todos los inmigrantes que llegaron del mar a poblar Guatemala.

En el interior hay 11 altares, cuatro retablos de labor exquisita, unas imágenes antiguas preciosas, incluyendo la del santo patrono, San Cristóbal, que se dice vino de España. Son tesoros que los guatemaltecos debemos conocer. Todos hemos viajado hacia el oriente del país. Sea por trabajo, familia, recreo, turismo. Cuando llegamos al kilómetro 100 pasamos de largo este poblado. La próxima vez deténgase. Vale la pena sumergirse en nuestra historia y realidad. Visite esta iglesia y sus alrededores que los vecinos han sabido complementar con muy buen gusto y orgullosos de ello la mantienen muy limpia.

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