Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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Los medios de comunicación de ayer viernes -cuando escribo la columna que usted lee en este día sábado- traen (como las aladas lluvias del mes y con la misma bendición olímpica) la grata y plausible noticia de los premios concedidos por WOLA a Thelma Aldana e Iván Velásquez, referentes indiscutibles de la democracia, aún en proceso de parto en la mayoría de países de nuestro incandescente continente latinoamericano.

WOLA es un prominente centro de estudios y promoción de los derechos humanos -con sede en Washington- desde 1974. Y ser distinguido con uno de sus premios constituye un reconocimiento (que significa un reconocer) tanto a escala continental como mundial, pues WOLA lleva más de 40 años lidiando con conculcadores de tales conquistas del hombre (reconocidas abiertamente desde 1789-91) sin tregua y con tesón. Nace justamente para iniciar una eficaz fiscalización sobre el régimen autocrático de Pinochet y fue -en el 2000- coadyuvante para la creación de la CICIG en Guatemala.

Ser reconocido con un premio de WOLA es ser enfocado como un adalid latinoamericano en el terreno de derechos humanos que, en este preciso momento de 2018, es un territorio en cruenta disputa entre la vieja oligarquía, el Ejército y el Estado actual, en contra de lo que, en la agonía del “ancien régime”, se designó como “Tiers-État”, por Sieyès, Nosotros, el pueblo acallado de Guatemala, somos ese tercer estado ,siempre negado y conculcado y silenciado por los opresores de los derechos humanos.

El surgimiento de estas dos figuras en la sufrida y doliente cartografía de la Guatemala profunda (las de Thelma e Iván) incipientes primero y con gran fuerza y tenacidad después, llenaron el corazón, incluso de gente curtida y escéptica como yo (casi un anarquista a lo Bakunin, efecto de lo vivido) de gran ilusión, calor y fe y de una posible democracia que yo veía muerta. Porque solo una especie de “alternabilidad” en el poder daba la apariencia de tal. En el fondo yo siento a ratos -todavía- que nos encontramos sumidos en la vieja dictadura militar que viví en los 70, 80 y 90 como funcionario y catedrático de la que fue la martirizada Universidad de San Calos.

Y aparecieron Thelma e Iván. Un binomio titánico que acaso no se volverá a repetir en nuestra historia general, porque tampoco será reciclable un proceso tan intenso como el que estamos viviendo. Y aparecen Thelma e Iván y poco a poco me vuelve la ilusión al cuerpo hecho de corazón. Y aparecen Thelma e Iván y mi cerebro comienza a generar un poco más de serotonina y con ella esperanza (que también es el nombre de Thelma) esperanza en que la historia de nuestro país cambie -de sus derroteros encomenderos- a una democracia en la que ¡de verdad!, todos los hombres nazcan libres y todos sean iguales, porque es la desigualdad -y su hija la no inclusión- quienes crean las dictaduras.

Un gran abrazo para Thelma Esperanza y para Iván, por afianzar con este premio WOLA, las ilusiones perdidas de mi ya madurísimo corazón.

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