Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

Dedicándome a lo que me dedico, no me queda más que revisar a diario, motivos y conductas humanas. Y sin afán de ponerles nombre, que es por cierto una tentación de la especie, aficionada a los sistemas clasificatorios y la elaboración de cuadros sinópticos; no he podido dejar de notar algo predominante. En la disfuncionalidad, todo es grandioso.

Y no voy a hablar de locuras, que ya sería el colmo de lo obvio, sino de las conductas cotidianas de todos los que siendo cuerdos, o al menos en la capacidad de serlo; renunciamos a la realidad para construir una ruta paralela más cómoda para nuestro calzado.

Si tuviera que definir neurosis en dos palabras, diría exageración y queja. Ahora que si me aprietan un poco el pescuezo, diría una tercera; control. No es difícil entonces entender, tanta respuesta inapropiada ante los cuestionamientos de la vida, que no deja de hacerlos. Nuestras conductas y decisiones terminan siendo exageradas, querulantes, beligerantes y muy controladoras. ¿Fácil verdad?

La idea en el fondo es encontrar algún tipo de tranquilidad que nos haga sentir que no somos tan indefensos. Pero como dije, la vida cuestiona todo el tiempo y nos enfrenta constantemente a situaciones de amenaza y de pérdida que confrontan nuestras fantasías de omnipotencia con la evidencia de nuestra vulnerabilidad.

Si apelamos a la disfuncionalidad, lo que sigue es rechazar la realidad y negarla de manera primitiva y absoluta. El ego hace cosas así.

Claro que hay un precio. La frustración y el resentimiento provocan una abierta hostilidad que puede ir dirigida a otros o hasta a nosotros mismos. Esas son las reacciones neuróticas de las que hablo.

De manera exagerada podemos sentirnos el blanco de otros, pero igual podemos sentirnos en la capacidad de perseguir a otros. Podemos sobreestimar nuestra importancia y el valor de nuestros actos o cualidades, o en la otra mano creernos inútiles y hasta culpables de todo. De pronto podemos percibirnos al borde de la ruina, víctimas de enfermedades graves y destinos fatales. O algo más común, ser celosos injustificados o en el caso de ser más románticos, creer que le gustamos a alguien que no se ha fijado en nosotros.

Son formas grandiosas de reaccionar. Hay muchas, y en las entrañas lo que se esconde es un temor infantil que se siente pequeño y necesita protección; pero que no es consciente, porque la ceguera es del alma.

Y cómo no, si todos fuimos criados con los complejos de otros. Tal vez solo por eso fuera importante descubrir y diferenciar, entre para qué fuimos criados y para qué fuimos creados.

Para eso hay que rascar el alma y encontrar entre las cosas inconscientes los traumas infantiles de nuestra vida individual, y las cosas inconscientes que como fuerzas propulsoras nos habitan como a cualquier miembro de la especie humana. Esas cosas del alma que ya estaban ahí, antes de que existiéramos.

Que caso tendría no entenderlo así y seguir hablando de lo divino. A Dios no hay que hacerlo entrar en nosotros, hay que dejarlo salir. Siempre ha estado dentro de cada uno como una inmanencia.

La verdad no tiene versiones, y nosotros solo versiones tenemos, tan solo porque no tenemos acceso a la realidad como quisiéramos. Hacer las cosas conscientes no es ser racional, sino lidiar con los dolores de la vida.

Aun así, no está mal pensar, siempre y cuando no se construya una prisión de pensamientos. Tal vez hacer filosofía sea un aporte pequeño, una inducción al interior pero no para dictar lecciones, sino para preparar el terreno de alguna conmoción que favorezca una conversión. Digamos, una pequeña epifanía personal.

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