Adolfo Mazariegos

Hace algunos años leí una entrevista que alguien (no recuerdo quién) le realizó al autor del célebre microcuento El dinosaurio: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” En dicha entrevista el escritor guatemalteco de origen hondureño, Augusto Monterroso, narra sus inicios en la literatura y las peripecias que de joven tuvo que hacer para leer aquello que le interesaba. Menciona cómo una de sus actividades de entonces: las visitas constantes a la Biblioteca Nacional después del trabajo y por las noches, se transformó en uno de los mejores consejos que alguien (su jefe por esos días en una carnicería donde trabajaba, quien le recomendó leer a Shakespeare y Víctor Hugo, entre otros) pudo haberle dado. Supuse, cuando leí aquella entrevista, que don Tito (Monterroso), se refería a la Biblioteca Nacional ubicada (aún) en el centro de la ciudad de Guatemala, atrás de la concha acústica, junto al Parque Centenario, a muy pocos pasos del Palacio Nacional de la Cultura. Y justamente, con alguna relación al tema y por una de esas coincidencias de la vida, leí ayer por la tarde un reportaje de varias páginas escrito por Claudia Méndez Villaseñor, a quien no tengo el gusto de conocer, pero cuyo trabajo acerca de la realidad actual de la Biblioteca Nacional, no sólo me hizo recordar la entrevista traída a colación, sino que se constituyó en el punto de partida para una reflexión en torno al hecho de que la cultura –en términos generales– y la lectura como parte integral de los procesos de educación y formación del ser humano, representan, evidentemente, un muy bajo porcentaje en los temas de interés que debieran formar parte de las políticas públicas en este país. Ciertamente, se puede argumentar que las bibliotecas (verbigracia) no son asuntos prioritarios si los comparamos con las necesidades existentes en salud, carreteras, creación de empleos, etc., y seguramente hay razón en ello, no lo discuto. Sin embargo, la paradoja persistente en el tema lo constituye el hecho innegable de que, en esas otras áreas prioritarias, tampoco puede decirse que el país sea un ejemplo de eficacia y vanguardia. Desconozco –como leí en el reportaje de ayer– si los problemas de abandono de la Biblioteca Nacional (y asumo que de la mayoría de bibliotecas públicas que puedan existir en el país, que seguramente serán muy pocas) se deben a mala gestión o a falta de recursos, aunque me inclino a creer, como todo apunta, a que la problemática tiene que ver más con lo segundo. La lectura no sólo enriquece el acervo cultural del individuo, sino que además le hace ampliar sus horizontes y capacidades cognoscitivas para entender el mundo y los problemas sociales que aquejan a todo conglomerado, y de esa cuenta, su importancia como herramienta en el marco de la educación para el desarrollo de un Estado es sencillamente fundamental ¿?… Vale la pena reflexionar al respecto.

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