Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com

El poder –en sentido político y general– es dueño o se adueña del conocimiento que trasmite a un auditorio-receptor, por los medios de comunicación casi siempre completamente a su servicio. De esto excluyo en Guatemala al diario La Hora por su equidad y compromiso con la libertad.

La manipulación de la “verdad” (que sin profundizar podríamos identificar con el “bien”) se puede practicar hasta por medio de una carta, circular o comunicación, de manera proterva o viciada, en la medida en que el mensaje esté condicionado por intereses creados, como el nombre del drama de don Jacinto Benavente. Una carta, hoy más bien correo electrónico para ir con los tiempos digitales, que puede aparentar buena fe y bonhomía y hasta amor al bien común, puede estar cargada de emotividad (emociones) pero que puede llevar el fin a ultranza de la hoy tan temida y manoseada “campaña electoral anticipada”. Esto es posverdad.

Los accesos al poder son caminos escritos por palabras o, cuando se es muy estúpido, por emoticones.

Pero la lengua, que es divina y maldita productora de palabras, puede estar –y casi siempre lo está y no es que yo sea muy pesimista– aberrada por el poder y que el poder torna perversa para adueñarse del conocimiento.

¿Pero estoy yo diciendo que el conocimiento –como la vedad, como el bien– pueden no ser uno y Único como el Dios que hemos inventado y que ¡todo!, es una inmensa falacia universal en la que navegamos dando tumbos según los tiempos y las circunstancias? ¡Pues sí, esto es exactamente lo que quiero decir con contundencia!

Como he comunicado –y para ejemplificar con algo de “arte menor”– en una carta o correo electrónico con copia a los que se puede engañar o se quieren dejar engañar (doble perversión) por el remitente o emisor, se puede llevar a la praxis política el retorcimiento del verbo, que para los practicantes (¿hipócritas?) debería ser el Verbo que, en su afán de posesión, traicionan… También se puede usar la posvedad desde el púlpito o la cátedra de una universidad religiosa y, todavía más deleznable, desde la Universidad estatal porque es pagada con nuestros impuestos.

Admito que mi análisis puede conducir al caos, a la anarquía y hasta el nihilismo. ¡Sí!, pero es que la actual circunstancia de Guatemala me hace llegar hasta tal límite con el fin de reconducir la vedad a la ¡verdad! Y librarnos de la posverdad que nos anega –excrementicia– por todas partes. De volver a la gobernabilidad, desde al auténtico caos de ingobernabilidad y de mentiras que todo el mundo maneja, hasta en instituciones donde la palabra prístina y nívea es el ideal por donde tales instituciones deberían conducirse.

La lengua –en el sentido de órgano del habla y del idioma– puede ser divina y maldita productora de palabras cuyos conceptos llenamos o deberíamos llenar de pie sobre la Moral y la Ética. Pero que en la práctica llenamos con sesgos polisémicos que derivan del afán de poder y desde la política práctica que nada tiene que ver con la política teórica de Hobbes, Marx o Marcuse.

El poder siempre es corrupto, jamás insobornable o íntegro. A partir del análisis que hace Engels sobre la repartición del trabajo –todavía medio en las cavernas– observamos que el padre someterá a la mujer y a los hijos para su explotación. Aquí ya hay posverdad. Aquí ya hay manipulación de la palabra porque se racionaliza aquella primera manera de explotar en función del bien común que el padre proveerá mediante la nutrición y la seguridad. ¡Pero explotación para el poder!

Guárdate lector de emplear misivas electrónicas con estos protervos fines. Y menos con los colegas.

Artículo anteriorSalah: «A pesar de las probabilidades, confío en que estaré en Rusia»
Artículo siguienteCristiano sigue jugando al despiste: «Nos vemos el año que viene»