Juan José Narciso Chúa

Apenas ha corrido el tiempo desde que nos dejaste, son únicamente días que sumados llegan a dos meses con sus pocos días, pero tu ausencia pesa. Todavía se resiente tu espacio, ese breve y de menuda cobertura pero que para quienes te amamos constituye un insondable vacío.

¿Cuántas cosas?, ¿cuánta vida?, ¿cuántos momentos de vida en común?, nos legaste para siempre. Aún hoy perviven en mi memoria cuando me cantabas de niño, el sábado por la noche: “mañana domingo se casa Benito/con un pajarito/quién es la madrina/Doña Catarina/quién es el padrino/Don Botijón” y ambos reíamos al unísono cuando terminábamos este fragmento que se impregnó en mi mente y aún más en mi corazón.

Hace poco, en el Programa de Lucy Bonilla, escuchaba diferentes frases para la mamá y la mente me llevó lejos. Me situó allá en Ciudad Nueva, zona 2, cuando me llevabas de tu mano a la Escuela Josefina Orellana que quedaba a una cuadra de la casa, me dejabas ahí y te ibas a tu día y a tus cosas. En esta escuela recuerdo que en un acto del día de la madre te recité: “Entré a un jardín/corté unas rosas para mamá/esas espinas tan punzadoras me hicieron mal/pero no importa/son para ella/mi única estrella/mi único amor”.

No olvido tampoco aquellos viernes de complicidad, cuando ambos veíamos y disfrutábamos “Perdidos en el Espacio”, cuántas cosas me comentabas, viendo al Doctor Smith, gozábamos con él y con el robot famoso, fuera de los mundos que los Robinson visitaban y cada vez más raros e interesantes, eran veladas inolvidables, que me acurrucaba en tu estómago.

Imposible olvidar, difícil no llorar mama. No puedo olvidar tu figura menuda, cuando ocurrió el terremoto de 1976 y te quedaste petrificada en medio del comedor, hasta que te fui a jalar para que reaccionaras y saliéramos a la calle. Ese tiempo fue de grata convivencia con los vecinos y amigos, nos pasábamos horas platicando, haciendo bromas, comiendo, tal vez la ausencia de la televisión propiciaba esos momentos que lo acercan más a uno en lo humano.

No olvido una vez que me tocaba hacer mis prácticas de Perito Contador y me puse el único “tacuche” que tenía, con corbata y todo. Cuando me despedí de vos, enfrente de la puerta de salida, te me quedaste viendo y me dijiste “ya estás hecho todo un hombre mijo”, me besaste y pude ver tus ojos llenos de lágrimas pero tu espíritu al final rebosaba satisfacción.

Tu espíritu solidario era otra de tus características personales. Como no voy a olvidar todo aquél apoyo permanente entre tus hermanas y hermanos, cuántas veces nos reuníamos todas y todos allá en la 10ª. Avenida de la zona 2, en aquellos almuerzos largos, sabrosos y permanentes en donde no nos queríamos separar, hoy ese espíritu quedó para siempre en el inmenso cariño con mis primos Chúa. Todo un legado de amor que pasaron por las tías y los tíos: Bertha, Marta, Luz, Carmen, Nora y Adolfo y Roberto. Hoy únicamente quedan vivas la mayor, Tía Bertha y la menor, Tía Nora, con quienes disfruté gratos momentos en Los Ángeles.

Tu despedida fue prolongada y matizada por pasajes de luz y sombras. Todavía te vi reír, todavía te escuché contar chistes, todavía te escuché tararear Recuerdos de un amigo, para luego pernoctar en espacios de soledad y oscuridad, hasta que te desvaneciste paulatinamente. ¿Cómo no llorar mamá?, ¿cómo no resentir tu ausencia?, ojalá podás quedarte por ahí, como mi ángel guardián de siempre.

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