Adolfo Mazariegos

Hace un par de años publiqué un breve artículo en el que comentaba brevemente cómo los “desaciertos” al realizar las jugadas en un tablero político global, podían inevitablemente contribuir a poner en marcha (modificar o incluso acelerar) una reconfiguración de la hegemonía a nivel mundial, lo cual, ciertamente, ha venido sucediendo con bastante notoriedad durante los últimos años, con distintos matices y con variopintos resultados, pero al final de cuentas, como una situación que empieza a producir esa suerte de reconfiguración de los mapas de poder que era previsible (o quizá inevitable, dependiendo de cómo se vea). Esto, por supuesto, partiendo de la lógica de procedimientos observada en quienes tradicionalmente han ejercido una influencia tal que modifica las conductas y el accionar de quienes toman las decisiones al frente de sus respectivos Estados en todos los continentes del Globo. En ese sentido, valga decir que históricamente quienes han tenido esa capacidad han sido siempre las potencias conocidas –dinámica que se mantiene, con ciertos matices diferenciadores, hasta nuestros días–, a las cuales se van sumando potencias emergentes que, las más de las veces, sigilosamente van cobrando notoriedad y una cuota de poder e influencia cada vez mayor. En muchos casos, lógicamente, logran desplazar en mayor o menor medida a las potencias tradicionales. Ello, justamente, es lo que se observa hoy día en el mundo, a pesar de que muchos puedan argumentar que dichos hechos son tan sólo la respuesta normal a un devenir cíclico que más que previsible es inevitable, puesto que tan sólo repite ciertos patrones de conducta humana que reproducen esa capacidad de hacer algo o lograr que los demás hagan o dejen de hacer algo de acuerdo a determinados intereses. El mundo ha dejado de ser un globo con únicamente dos polos. Hoy día también están en el tablero otros jugadores importantísimos como China, India y Japón, cuyos sectores tecnológicos han dado saltos cualitativos y cuantitativos más que notables en los últimos años, y que históricamente desempeñaron papeles trascendentales en el escenario global. Varios de estos actores retoman una senda por la que otrora caminaron con éxito y que, aparentemente, en la actualidad no sólo les hace ganar visibilidad sino que les hace ganar espacios sumamente importantes. Asimismo, no dejan de llamar la atención otros actores que de acuerdo a circunstancias particulares (explotación de petróleo, por ejemplo), cobran cierta notoriedad que hace difícil no se les preste alguna atención, como el caso de Ghana o Etiopía en el continente africano, cuyo crecimiento económico este año será de los más altos y rápidos en el mundo (de acuerdo a estadísticas y proyecciones de instancias como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional). Países como Alemania, Inglaterra o Francia, sin contar a Estados Unidos y Rusia (lo acepten o no), empiezan a compartir su espacio en el tablero con otros actores que forman parte de esa reconfiguración previsible o inevitable de los mapas de poder a nivel global, es innegable.

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