Eduardo Blandón

Sin duda no ha habido una época de mayor disposición de la información como la nuestra. Tanto los sitios de internet como los demás espacios de difusión están al alcance de la mano para satisfacer los deseos más desmesurados de los que apetecen estar al día con los acontecimientos.

No por ello, sin embargo, la industria que maneja la “big data”, nos ha hecho mejores (más sabios, comedidos, intuitivos y versátiles). Más bien parece lo contrario, primero por no saber manejar la información: tantos datos nos obnubilan y provocan mareo. Segundo, por la falta de pericia en el dominio de la selección del maremágnum de la red.

Todo ello hace que el espíritu primitivo de nuestra personalidad, aún y cuando portemos “teléfonos inteligentes”, permanezca inalterable. Sin ánimo de generalizar, (es evidente que algunos saben tomar ventaja del universo digital), a muchos la red parece más bien afectarles: los aísla, los vuelve más violentos, los incapacita para el razonamiento, pero sobre todo, los adormece y vuelve perezosos.

Y la industria aprovecha la vulnerabilidad del carácter dando uniformidad a la conducta. Construye paradigmas, modelos, modas y pautas de comportamientos que deben imitarse. Potencia la diversión y “planetiza” la distracción. Todo lo vuelve juego (“ludotiza” los temperamentos) y contenido de placer. Se trata del triunfo del hedonismo sobre cualquier otro discurso.

Con ello, lo que podría ser un medio para optar por un humanismo más refinado, se tira a la basura por la avaricia, el mercado, la pereza y la mala inclinación congénita con la que nos acomodamos. Así, optamos por la violencia, el egoísmo y la poltronería para vivir una vida superficial y anodina.

Y claro, los políticos no se duermen en sus laureles. Mientras dormimos o vemos las series de Netflix, ellos confabulan y saquean las arcas públicas. Lo mismo hacen los malos sindicatos que urden pactos para manejar el sistema según sus conveniencias. Mientras descargamos juegos o aplicaciones inútiles, no lo olvidemos, los banqueros inventan formas y duplican intereses para dejarnos en la calle e instaurar nuevas formas de esclavitud.

Poco hemos aprovechado las virtudes de “la era de la información”. Ni siquiera nos ha vuelto suspicaces y recelosos porque solemos pensar igual. Homogeneizados parecemos robots siguiendo la programación diseñada por la gran industria. Apoltronados, eso sí, nos da miedo la diferencia, por ello no dudamos, es parte del diseño malévolo de nuestra conducta, en usar la violencia, la muerte y la exclusión contra los que se atrevan a ser distintos. A eso nos ha llevado infortunadamente el ya famoso poshumanismo.

 

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