Luis Enrique Pérez

“Guatemala: un sueño por tierras mayas”, es una obra cuyos creadores son dos artistas hombres de la fotografía: Rigoberto Armando Seb y Francisco Cardona Lenhoff, y dos artistas mujeres de la poesía: Ana Evelyn Mazariegos Carrascosa y Miriam Urízar Rittmeyer. Francisco, Ana Evelyn y Miriam son médicos. La obra fue presentada recientemente en una galería de arte del Paseo Cayalá. Me fue conferido el honor de escribir el prólogo.

Los cuatro artistas lograron una original conjunción de imagen y de palabra, una armoniosa dualidad de sorpresiva perspectiva y de persuasiva metáfora, y una maravillosa asociación de visión fotográfica y expresión poética. En esa conjunción, en esa dualidad y en esa asociación, hay un notable factor común que le confiere unidad a la obra de los cuatro artistas: las tierras mayas de Guatemala.

Son aquellas tierras en las que, especialmente en el período denominado “clásico”, aproximadamente desde el año 250 hasta el año 950 de la era común, ocurrieron grandiosos sucesos de la civilización, que enriquecen el enigmático devenir de la humanidad, y merecen cósmica glorificación. En esas mismas tierras, los descendientes de los antiguos mayas han sido infatigables navegantes generacionales en los mares del tiempo.

La obra “Guatemala: un sueño por tierras mayas”, comunica un saber, un pensar y un sentir sobre sucesos actuales cuyo acontecer tiene una rica concreción, precisamente en tierras mayas, en las que ahora antigüedad y modernidad, o pasado y presente, confluyen como si prescindieran del tiempo. En ese acontecer, un niño viste un traje en el que reside una paciente y laboriosa artesanía; o con angélica ternura arrulla a un ave recién nacida. Y un infante duerme en una hamaca inmóvil, quizá acariciado por lejanos y casi disueltos sonidos de un agudo flautín o tzicolaj, o de un percusivo tun.

En ese acontecer, una niña, con reprimida sonrisa, retiene en sus manos una jugosa fruta. Una mujer enciende velas dedicadas a alguna divinidad que en su intimidad adora, o sonríe segura de vender las prendas que han brotado de sus manos, o aspira el humo denso que emana de un incensario. Una anciana parece tener esperanza de eternidad. Un anciano expone un rostro en el que los años han legado impredecibles surcos profundos. Viejos hombres conversan sentados en un bloque de piedra. Y pastores conducen un dócil rebaño de ovejas cuyo balar se propaga hasta el fondo de barrancos.

En ese acontecer, jinetes ansiosos de triunfo compiten en la fiesta del pueblo. Una máscara, con su gesto, su forma y su color, sorprende a la fantasía. Una antigua casa casi se oculta entre árboles cuyos ramajes caen sobre el techo. Una reposada carreta de madera soporta grandes tinajas. Y una muñeca de ojos redondos y rojos labios, lleva una canasta sobre su cabeza.

Quizá también en ese acontecer, durante un vespertino crepúsculo, en alguna de aquellas tierras un sereno mirar errabundo imprime en nebulosas montañas, en fértiles valles, en caminos solitarios, en aromáticos bosques o en irrepetibles celajes, alguna secreta felicidad, algún inevitable regocijo, alguna repentina remembranza, o alguna invocación de gratificantes deidades.

En la obra “Guatemala: un sueño por tierras mayas”, el amante de la historia camina en senderos que lo conducen a parajes de imagen y metáfora. En esos parajes se presienten renovadas posibilidades de conocimiento, y hallazgos de una fecunda singularidad que la historia ordinaria no puede atrapar. Es una obra, no engendrada por la mera y cómoda fantasía que inventa, sino una obra que prefiere ser descubrimiento, ya con la imagen reveladora de la fotografía, ya con la evocación sugerente de la poesía; y finalmente es creativa hermandad artística de imagen fotográfica y evocación poética.

Post scriptum. Séame permitido imaginar que la tradicional biblioteca analógica y la revolucionaria biblioteca digital saludan con festivo regocijo la obra “Guatemala: un sueño por tierras mayas”. Séame permitido también imaginar que, en una ceremonia magnificente, esas bibliotecas condecoran a Rigoberto, Francisco, Ana Evelyn y Miriam, y les entregan, por atinado mandato del mitológico Apolo, nunca exigidas coronas de hojas de laurel.

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