En medio de la polarización artificialmente creada para contener la lucha contra la corrupción hemos perdido el norte para entender que robar en un país como el nuestro no es simplemente un delito sino un crimen de lesa humanidad, porque el nuestro es un país lleno de pobreza y miseria. En cualquier lugar del mundo robarse dinero público es un acto ilícito que tiene que ser perseguido, y de hecho lo es en casi todos los países, pero cuando a un pueblo con tantas carencias y necesidades se le roba el dinero que tendría que servir para inversión en el desarrollo humano estamos hablando de otras ligas, de otro tipo de crimen que adquiere proporciones de lesa humanidad.

A fuerza de tantos años viendo que la corrupción es el motor no sólo de las decisiones políticas sino de la misma economía nacional, nos hemos ido acostumbrando a convivir con ella, a asumirla como algo absolutamente normal que ya forma parte de nuestro patrón de conducta. Hemos acuñado frases que van desde la tía de Cerezo que le recomendaba que robara pero no mucho hasta la de que “son ladrones pero hacen obra”, avalando de esa manera los comportamientos que causan un enorme perjuicio y explican por qué el nuestro es el país donde no avanzamos en la lucha contra la pobreza. Y es que es imposible mejorar la calidad de vida de la gente si todo el dinero se va en negocios pactados entre políticos y particulares desde los momentos cruciales de la campaña política.

La normalidad de las prácticas corruptas se extiende a lo largo y ancho de las acciones del Estado que termina siendo un instrumento prolijo para amasar fortunas ilícitas al amparo de la ausencia de instrumentos de rendición de cuentas y del imperio absoluto de la impunidad que se ha ido construyendo, ladrillo a ladrillo, para asegurar que ese saqueo nunca produzca consecuencias legales. Y por ello produce una verdadera alteración en el orden de nuestra vida que surja una decisión de investigar los negocios sucios y exponerlos públicamente para iniciar procesos penales. Así como nos hemos acostumbrado a convivir con la corrupción choca ver que, de pronto, el brazo de la ley se extiende para procesar a los corruptos.

La corrupción no puede seguir siendo “tolerable” y mucho menos algo normal en nuestra vida por sus efectos en la gente más pobre. Literalmente la corrupción mata por lo que no caben bandos ideológicos sino únicamente la división obvia y natural entre la gente decente y los corruptos.

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