Los guatemaltecos tenemos una forma especial de celebrar la Navidad que no es únicamente el hecho de privilegiar la Nochebuena en la que las familias se reúnen para esperar la medianoche para dar la bienvenida al Niño Jesús, sino por la importancia que damos a los nacimientos y por los peculiares colores, olores y sabores que van desde la manzanilla hasta los tamales. Y hoy se ultiman los preparativos para celebrar esa fiesta de acuerdo a las costumbres propias del país.

No podemos dejar de recordar en estos momentos a esos más de dos millones de guatemaltecos que conforman la diáspora provocada por la falta de oportunidades y la pobreza. Gente que ha emigrado con la intención de ganar más para ayudar a sus familiares aquí en Guatemala, enviando mensualmente sus remesas que son el alma y motor de nuestra economía. Esos chapines también se preparan hoy para la Nochebuena de mañana en un país donde la fiesta es el 25 de diciembre, el pavo sustituye al tamal y el árbol nevado al nacimiento, y estarán extrañando las partes más típicas de nuestro festejo para recibir al Hijo de Dios.

En estas fechas afloran sentimientos de solidaridad y hermandad que muchas veces olvidamos a lo largo del año y es tiempo propicio para pensar en la necesidad de encauzar de manera distinta el destino del país porque no podemos seguir manteniendo un sistema que excluya a tanta gente y que a base de privilegios que ahora sabemos que se derivan sobre todo de la corrupción, enriquecen a pocos y empobrecen a muchos. Es tiempo de reflexión para recordar que el fundamento de la fe cristiana que profesa la mayoría de nuestro pueblo es que todos somos iguales como hijos de Dios y que merecemos tener, por lo menos, las mismas oportunidades para desarrollarnos plenamente con base en el esfuerzo y el trabajo de cada uno.

Tenemos que mirarnos en el espejo con seriedad para ver si no hemos sido, por acción o por omisión, de los que hemos creado y fortalecido un sistema que privilegia la corrupción y que hace que nos hayamos convertido en un pueblo sin ley, sin respeto a las elementales normas de la convivencia. Ni siquiera las elementales leyes de tránsito son respetadas porque hay una cultura de hacer lo que nos da la gana que es resultado de tantos años viviendo en el marco de la impunidad.

La Navidad es un llamado a la conversión y eso significa compromiso de cambio. Esta Nochebuena, frente al pesebre, debemos afirmar nuestro compromiso de conversión.

Artículo anteriorUna Navidad para reflexionar
Artículo siguienteMejores fotos de la semana en América Latina