Juan José Narciso Chúa

La noticia vino de Romeo, mi eterno amigo y hermano, el ruido en donde estaba no me dejaba escuchar bien, aunque comprendí que era grave el asunto, el ambiente resultaba hostil para oír con claridad, por ello repliqué –tal vez buscando revertir lo difícil e imposible–, ¿pero está estable?; ahí Romeo comprendió que no había escuchado bien y me dijo con mayor entonación: Hugo el Diablo, falleció.

Me quedé mudo, Romeo comprendió rápidamente la intensidad del golpe de la noticia, se quedó en silencio también, sabiendo ambos que el golpe de la noticia era devastador, por la figura que constituía nuestro amigo. Hugo René Mejía Salvador, el Diablo, por las múltiples travesuras, escapes y charadas que hacía permanentemente. No importaba si fuera sus papás, sus hermanos, sus compañeros de trabajo o amigos, era imparable.

El reconocer que el Diablo había muerto, resultó difícil, toda la mañana no pude concentrarme, al contrario, los recuerdos fluyeron hacia Hugo. Allá en San Rafael, en la primera casa de la manzana 8, se centraron mis pensamientos. Don Miguel, el papá del Diablo, era una persona seria, de pocas palabras, pero cuando ya lo conocimos de cerca era un alegre ser humano; doña Zoila+, quien contrariamente era agradable, platicadora, sonriente y saludaba a todo el mundo. Miguel, La Pepa, el mayor, un dedicado estudiante de Medicina, Miriam la hermana menor, agradable, bullanguera, una linda gente y Dorita, la tía, amable, callada, cordial. Esa era la familia de Hugo.

El Diablo, contrariamente a sus hermanos, no era buen estudiante, no era dedicado, para nada, sino al contrario, buscaba siempre el escape, andaba detrás de aventuras, era un trotamundos impenitente, se graduó con dificultades y no se inscribió en la universidad, sino dispuso trabajar y don Miguel lo colocó en una agencia de viajes, un hecho que le cambió y le determinó la vida.

Al terminar el primer año, como prestación laboral, obtuvo un boleto para Canadá, específicamente a Montreal y tomó rumbo, nunca más regresó a Guatemala, más que para visitas esporádicas y cortas. Se instaló en Montreal y empezó a trabajar allá. Por aquellos años Hugo tenía la enfermedad del sueño. Me contaba que salía de trabajar de madrugada y cansando, se subía al bus y se dormía. Una vez llegó hasta el extremo dormido, el piloto lo despertó y le preguntó a dónde iba, indicándole que se había pasado. El piloto accedió a regresarlo, se volvió a dormir y cuando despertó estaba de nuevo en el principio.

Allá por el año 1984, lo fuimos a visitar a Montreal con Carlos Chely, Miguel, la Pepa y yo, fue una visita agradable que nos permitió acercarnos mucho más, visitamos mucho de Montreal, coincidimos con otros amigos de San Rafael que se habían fincado allá y parrandeamos continuamente. Una noche, queriendo degustar una sopa, en la madrugada, dispusimos cocinar y nos fuimos a platicar a la sala, nos quedamos dormidos y la sopa se consumió, cuando despertamos el apartamento estaba lleno de humo y los sensores sonaban por todos lados, un gran susto que culminó en bromas y risas.

Me volví a juntar con el Diablo en Los Ángeles, California, yo estudiando en New Mexico y él ya establecido en esa inmensa ciudad. Tuve la oportunidad de conocer a Gloria, su esposa y a Diego, todavía bebé, disfrutamos de reunirnos varias veces. No olvidó en su apartamento cuando Hugo entonaba alegremente You´ve got it, de Roy Orbison. Nos hablábamos periódicamente por teléfono y supe de lo difícil que significó hacer su vida allá, pero lo consiguió.

La última vez que nos vimos, fue cuando falleció doña Zoila, nos juntamos varios viejos amigos: Raúl Alvarado, el Viejo, Sergio Figueroa, el Pollo, Sergio Afre, el Chiris, Carlos Sical; Romeo Carías, Ardiles -apodo que justamente Hugo le puso-, mi hermano Luis, Ultraman y yo, junto con el Diablo y la Pepa, la reunión se prolongó agradablemente.

Hoy llorando a Hugo, con Romeo, nos recordamos de aquellos años de San Rafael, cuando nos alternábamos con mi hermano para entrenar el equipo de las Ovejas Negras, donde jugaba el Diablo, el recordado amigo Paguetti, cuando pasaba enfrente de una tienda de la colonia, gritaba a las 4:30 de la mañana: ¡¡¡¡Doña Nanda entreno!!!, inolvidables tiempos de juventud que hoy recuerdo con esta nota, que cierro con una enorme tristeza y dolor. Descansá en paz querido Hugo, hasta siempre y por siempre entrañable hermano Diablo. Mucha resignación para su querida familia, su ausencia será imposible de llenar.

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