Arlena Cifuentes
Arlena_dcifuentes@hotmail.com

Ser ciudadano y ejercer ciudadanía, significa más que llegar a la mayoría de edad y ser portador de un DPI que permita el ingreso a bares o al libre acceso a la venta de licor. Para ser ciudadano, no es suficiente acudir a las urnas electorales cada cuatro años, sin estar consciente de la responsabilidad que emitir el voto conlleva y el deber de fiscalizar a quienes nos representan. Lamentablemente, este es el concepto de “ciudadanía” que se ha enseñado por generaciones. Superar este equívoco requiere de voluntad política para que desde la educación preprimaria hasta la superior se establezca un proceso de apropiación y de comprensión de las implicaciones que conllevan el concepto y el ejercicio de “ciudadanía” y para ello es fundamental erradicar el analfabetismo y el hambre, pues uno sin lo otro no funciona. Preocupa que la gran mayoría de jóvenes entusiastas participen en las manifestaciones realizadas en contra de la corrupción y la impunidad teniendo como motor el ardor que dan la juventud y el contagio masivo de la “indignación” pero carentes de conciencia ciudadana.

Aceptar la realidad se hace difícil y preferimos cerrar los ojos y seguir negando lo que no se quiere ver. ¿Qué movió a las masas en el 2015 y que las mueve en el 2017? Es algo que amerita una respuesta bien fundamentada y que los sociólogos y psicólogos de masas podrían ayudar a responder con seriedad, no con idealismo. Es muy fácil vociferar y pronunciarse en contra de la “corrupción” ¿pero, dónde empieza esa corrupción? Empieza en casa, viendo a papá o a mamá no hacer fila correctamente y admirándolo porque es muy listo “para colarse”. En la universidad tuve compañeros que hoy son hombres públicos y recuerdo que para cada examen tiraban sus cuadernos en el piso para copiar y resolver sus exámenes, hoy llevan como bandera la lucha contra la corrupción. Continúa en la escuela, en el trabajo, en la iglesia, pero si todas las instituciones no hacen suya la importancia de inculcar y poner en práctica los mecanismos que permitan generar y consolidar la formación de ciudadanía difícilmente tendremos una Guatemala diferente.

La interrogante que se quiere plantear es: ¿Qué porcentaje de quienes participan en las manifestaciones –léase profesionales, analistas, entrevistadores, universitarios, sindicalistas, sociedad civil, así como guatemaltecos en general– se consideran con la autoridad suficiente para decir “NO” a la corrupción? ¿Puede cada quien verse y encontrarse en su propia práctica corrupta del día a día? ¿O la relativiza? Si se puede ser consciente de lo que cada quien realiza inapropiadamente y si hay deseo y voluntad de dejar atrás todo ese conjunto de prácticas indebidas, aunque socialmente aceptadas, Guatemala tendrá una oportunidad. Está en cada ciudadano la posibilidad de tener un mejor país, libre y soberano.

El Artículo 135 de la Constitución Política de la República dice: “Son derechos y deberes de los guatemaltecos: a) Servir y defender a la Patria; b) Cumplir y velar porque se cumpla la Constitución de la República; c) Trabajar por el desarrollo cívico, cultural, moral, económico y social–; d) Contribuir a los gastos públicos, en la forma prescrita por la ley; e) Obedecer las leyes; f) Guardar el debido respeto a las autoridades; y  g) Prestar servicio militar y social, de acuerdo con la ley”. No contempla una obligación o un requisito que establezca que para ser “ciudadano” deba apropiarse del contenido de la Constitución. Los deberes que establece son deberes líricos. ¿Qué esfuerzos realizan las instituciones del Estado y qué importancia se le da a su diseminación? El Ministerio de Educación debe contemplar en los diferentes niveles su enseñanza efectiva.

Es la misma Constitución Política de la República de Guatemala la que establece como único requisito para ser ciudadano cumplir 18 años de edad, y a partir de ahí surge el malentendido del guatemalteco con derechos y sin obligaciones, el guatemalteco astuto que se jacta de burlar las leyes, así como cualquier reglamento mínimo de convivencia y esta práctica se reproduce con una celeridad imparable.

En la sociedad guatemalteca, el día a día se vive bajo la aplicación de la ley del más fuerte como en el salvaje oeste, prevaleciendo la desvergüenza y el irrespeto al derecho ajeno. ¿Qué esperamos para enfrentar esta realidad agobiante? Basta de comentarios, análisis, propuestas de diálogo como la de hace unos días, mecanismo utilizado para neutralizar las demandas y para el alimento del protagonismo de los grandes pensadores que creen saber la verdad y que son los mismos que han dialogado siempre. Qué bien, que por primera vez se dijo NO al protagonismo, no al arribismo, no a la mediocridad. Ningún diálogo que se realice con los mismos “tanques de pensamiento” “analistas” las ONG, todo es la misma jerga. Las “vacas sagradas”, están guardadas, uno que otro líder sabe que se sometería al desgaste y al desprestigio.

Hace algunas semanas hice la propuesta, ingenua e idealista para muchos, de que la crisis actual amerita la participación de ciudadanos que trabajen ad honorem, honrados, expertos, con garra, libres de compromisos y de intereses personales, dispuestos a conformar un Gobierno cuyo único objetivo sea sentar las bases que permitan sacar al país adelante y teniendo como meta dos o tres objetivos puntuales.

Es importante entender que se debe iniciar la tarea de “construir ciudadanía” hoy, si se sigue postergando no hay que lamentar lo que pueda suceder mañana, partiendo de que hoy por hoy no existe un liderazgo con la suficiente credibilidad y capacidad que pueda sustituir a ninguno de quienes integran los tres poderes del Estado.

Artículo anteriorMontaña rusa (el miedo al olvido 2)
Artículo siguienteDiálogo, Reforma Electoral y Debido Proceso