Juan Jacobo Muñoz

Tal vez la angustia, sea al final de cuentas, la reacción humana ante la oportunidad de ser libre.

Nos angustiamos porque nos sentimos abandonados, porque creemos no llenar las expectativas de los demás, algunas veces por sentirnos injustamente culpables, y otras cuando perdemos el control de algo que creíamos en nuestras manos.

En todos los casos sobrevaloramos los hechos y las ideas, y tratamos de explicar todo con nosotros mismos, como si fuéramos el referente universal de las cosas. El egocentrismo llevado a los linderos de la paranoia puede producir legiones de erotómanos, megalómanos, hipocondríacos, celosos y perseguidos.

La angustia es una emoción que llena en ráfagas la vida de quien se siente vacío. Nos manda al infierno y evita el andar sobre la tierra, que puede saber a recorrido sin sentido. Disfrazada de pensamientos, emociones, sensaciones y comportamientos; nos hace sentir drogados y en un mal viaje.

Pareciera ser una sobredosis de uno mismo; pero nadie se droga solo consigo. Siempre buscamos algo en el exterior, como en las frustraciones del amor, cuando la gente nos dice que no siente el alma acompañada.

Tengo claro que a los humanos nos cuesta encajar en convencionalismos rígidos y unidimensionales; pero también, que no es tan sencillo entrar en posesión de la propia vida. De no ser así, no habría tanto conflicto.

Como niños imaginamos ser especiales y tener fantásticos superpoderes; y paradójicamente no aprovechamos o no sabemos qué hacer con los talentos que tenemos. La paradoja crece cuando podemos constatar que los disgustos infantiles son fugaces y que los adultos gracias a ellos, vivimos llenos de ira y angustia, como si aún estuviéramos en aquella época primigenia.

Imagino a un niño en un parque de diversiones, aburrido porque sabe de memoria las atracciones que ya no le emocionan o porque cuando iba a conocerlas se fue la energía eléctrica. En ambos casos se siente desvalido, tal vez quise decir desamparado. Puede ser que eso, explique en parte o al menos un poco, la fascinación por estar en cosas riesgosas, digamos con gente destructiva. La afición a las emociones, es como subirse a una montaña rusa.

Voy a poner un ejemplo al azar. La gente que cuida a otra gente, intenta ser buena, pero en el fondo lo que hace es cuidarse de la gente que cuida, porque es gente de la que hay que cuidarse por ser gente de cuidado. Y encima no cuidamos nada ni a nadie, ni nos cuidamos; pero aferrados a un imposible nos convertimos en esclavos de una obsesión.

La vida no es un álbum de estampas que obligatoriamente se deba llenar. De la misma manera, no hay obligación de llenar las horas vacías. Además, no importa cuanta angustia, la verdad es que la mayor parte del tiempo estamos solos.

No es tan difícil. Salvo excepciones justificadas, la mayoría sabe de alguna manera lo que está bien y lo que está mal, o digamos mejor, lo que de alguna manera le conviene. Pero la búsqueda de sensaciones no acaba, hasta con conocimiento de causa. No son cosas planeadas, son más bien reactivas. Actos neuróticos, impulsivos y desesperados. Quise decir angustiados.

Si mi planteamiento inicial es válido, y la angustia es un freno ante la opción de libertad, tal vez saltar al vacío sea lo mejor; y que pase lo que tenga que pasar.

Pienso en los momentos en que he podido ser libre, sin tener que rendir cuentas y en lo bien que me he sentido.

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