René Leiva

Por donde vivo todavía hay árboles, unos pocos, más tres o cuatro cipreses centenarios que las motosierras de tu mono, perdón “Tumuni” no han derribado. Y donde hay árboles hay pájaros, por la gracia de Dios. Zanates, palomas, pijuyes y algún colibrí son visitantes distinguidos del lugar, a apenas kilómetro y medio, en línea recta, del centro de la ciudad.

Una mañana, temprano, empezó a escucharse un leve concierto de graznidos emitidos por unos pocos zanates que de manera habitual vuelan de los árboles y arbustos a los techos y verjas de las casas, pero a medida que dicha algarabía crecía en chirridos, aumentaba también el número de zanates, venidos de diferentes rumbos.

El centro de atención zanatesco era un bonito y frondoso árbol de hojas siempre verdes y que da una frutilla amarilla. Hasta allí volaban y bajaban al suelo por momentos los negros pájaros alborotados que no dejaban de lanzar nerviosos y agresivos graznidos.

Yo nunca había oído tanta bulla pajaril sin motivo aparente, salvo cuando hace muchos años esos mismos zanates regresaban al atardecer a sus añosos árboles en parques citadinos, como el Centenario y el Concordia, a dormir en sus nidos.

De pronto, pude ver cuándo del citado arbolito frondoso cayó en medio de la calle un zanate malherido y con las alas abiertas, sobre el que se abalanzaron varios de sus congéneres, dándole de picotazos y desgarraduras con las patas, sin dejar de graznar y chillar como locos furiosos.

Al parecer, debido a la hora ningún vecino se percató de la zoológica tragedia. Pero en eso apareció una joven trabajadora doméstica quien espantó a los alados verdugos, levantó al agonizante zanate y lo depositó en un bote de basura. ¿A quién interesa un feo y vulgar pájaro muerto a picotazos por sus propios hermanos cuando en la ciudad son descuartizados seres humanos por otros más o menos humanos?

¿Acaso era aquel un zanate ajeno a la vulgaridad, al abuso, la prepotencia, la basura y la bulla sin sentido de los demás zanates y por eso lo lincharon? ¿Un defensor de la ecología, tal vez? Con todo, ese fue un bonito día, cielo azul con pocas nubes, viento apacible, temperatura agradable, un sol esplendoroso.

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A un año y medio de la ocupación, arrasamiento, decadencia y ruina de la que por 65 años fuera Radio Faro (musical). Por la desaparición forzada de aquel perdido patrimonio cultural de la Nación, perpetrada por la amiguetería de un cachimbiro, advenedizo y usurpador, maldición eterna al corrupto, impune y falsario “gobierno” del payasete chafa. (Por fortuna, la buena música – -no mutilada, no profanada- – está más allá del encierro tecnológico o burocrático, de la cabina y la consola, de los abyectos propósitos de sus adversarios, del vano intento de sus enemigos – -antimelómanos, musicidas- – por decapitarla.)

 

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