El pacto de impunidad, estructurado bajo instrucciones de Jimmy Morales por su Ministro de Finanzas y que incluye un Presupuesto corrupto para repartir pisto entre los diputados que debían aprobar las leyes que destruyeran la lucha contra la Corrupción (elaboradas en ese Ministerio) parecía el plan perfecto para evitar que las mafias y poderes reales perdieran su poder controlado con base en el reparto de los recursos del país entre políticos y empresarios, grandes y medianos, que han participado desde siempre en el financiamiento electoral como soborno a la clase política.

Pero la pieza clave de todo el plan era la confianza en la indiferencia de la población, y la reacción ciudadana no fue prevista ni por los monjes negros que están asesorando al Presidente, ni los técnicos que tuvieron a cargo elaborar los proyectos de ley. De los diputados no se podía esperar actuación distinta porque ya estaban pagados con los arreglos que incluían aprobación de presupuesto sin candados y la legalización de las plazas fantasma.

Fue tan burdo el plan y tan burdas las leyes para despenalizar la corrupción, que el pueblo no aguantó más y se indignó de tal manera que el mismo día por la tarde empezó a manifestar su rechazo. Desde ese momento no ha parado la reacción cívica que ayer encerró a los diputados en el Congreso exigiendo su renuncia aún y cuando ya habían dado el piojo reculando con las leyes aprobadas. El pueblo pudo probar lo que es su poder para arrinconar a los que se quieren aprovechar de sus posiciones para mantenerlo sometido a la corrupción y al saquero.

Si en 2015 sentimos lo que era el poder ciudadano, eso no fue nada con lo que empezamos a ver ahora y que seguirá, porque hoy es cuando la gente entiende que aquella “primavera” de participación a la larga no cambió nada. Tanto que elegimos un Congreso igual o peor a los anteriores y a un Presidente sin calidades políticas ni éticas.

Con su desplante, los integrantes del pacto de impunidad y corrupción despertaron a ese gigante que parecía estar dormido en su indiferencia, y ahora vemos a familias enteras acudiendo a las protestas que el poder formal pinta como violentas y hasta bélicas. Si fueran bélicas, que recuerden todos quién fue el que hizo una estúpida declaración de guerra antes de que todo esto ocurriera.

El pueblo despertó, el pueblo arrancó, y su exigencia es clara al demandar la depuración no sólo del Congreso sino de este país cooptado por algunos empresarios y políticos.

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