Eduardo Blandón

El periódico madrugó, como todos los días, para darnos las malas noticias habituales: “miles de millones de quetzales en programas sociales, pero no hay reducción de la pobreza”.  Me desperezo y pienso en la conversación reciente con Claudia.  Mi amiga tiene sus propias teorías que me plantea, a veces para conversar sobre algo, otras para ver qué opino, la mayor parte del tiempo para exhibir sus dotes de erudición y salir triunfante en sus especulaciones.

La posición pesimista de Claudia es que por más dinero que se invierta en los programas sociales, no llegará a la gente más que a cuenta gotas, por la corrupción generalizada tanto en el sector público como en el privado.  Me habla de su paso por la burocracia donde constató la porosidad del sistema.  “Así es imposible sacar a la gente de la pobreza.  Mucho del dinero se queda en manos de los políticos y empleados públicos que no desperdician oportunidad para robar”.

Por si fuera poco mi amiga tiene una visión también oscura de la gente.  “Lo que nos mata es la actitud de esos guatemaltecos: pusilánime, poco creativa y floja.  Todo lo espera del Estado”.  Le dije que pensaba lo contrario.  Que los guatemaltecos son trabajadores, tenaces y creativos.  Solo que la falta de oportunidades ha hundido a la población, pero con oportunidades las personas cambian.

No podemos negar, insisto, que las estadísticas dan cuenta de hambre, falta de trabajo y privación de servicios mínimos, como educación, vivienda y sistema de salud.  Sin condiciones mínimas, referirse a las personas como “flojas”, es aventurado, pero sobre todo injusto.  Además, esos mismos guatemaltecos en otras condiciones, dan prueba de ser talentosos, esforzados y audaces.

Por otro lado, agrega mi buena amiga, el Estado es irresponsable porque debería apostar por un sistema de planificación familiar.  “Pero ahí están las iglesias y los pastores que también son parte del problema en este tema”.  Para Claudita, el patojerío de la calle que abarrotan los semáforos y a quienes ve como potenciales delincuentes, son el resultado de padres inconscientes e ignorantes.

Coincido con ella de que algo hay que hacer con eso y que, en todo caso, es siempre el Estado el que, a través de la educación y programas integrales, debe afinar sus políticas.  Aunque, eso sí, insisto, es solo parte de un problema mayor que tiene que ver con la atención a la población vulnerable.  Como sociedad, agrego, hemos fracasado con la atención a los más débiles.  No sé cómo podemos seguir la vida tranquilos o ir a la cama a descansar, sabiendo que hay niños, ancianos y enfermos en “alas de cucaracha”.  Viviendo “a la buena de Dios”.

En fin, que las malas noticias mañaneras no dan tregua.  Creo que las preocupaciones de Claudia y las mías propias son las de muchos guatemaltecos.  Se conversan en los buses, cafés y cantinas.  Cada quien tiene sus teorías y maneras propias de resolverlas, lo de fondo es “la pena” vivida a diario: la inseguridad, violencia, pero sobre todo, las faltas de oportunidades.  Y si bien hay un estado generalizado de pesimismo, no se puede negar, que en lo profundo del corazón, hay también una esperanza que aparece intermitentemente y hace que la vida sea, aún, un poco soportable.

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