Juan Jacobo Muñoz

Nada le parecía pan que llamara hambre. No era por represión, supresión o contención, ni siquiera por convicción; solamente sucedía así. No tenía ambición ni envidiaba nada. Si aquello era un preludio de la muerte, se sentía bien.

-Si la muerte me quiere para su vida, mejor que sea ahora cuando estoy en mi bajada.

Una nueva década de la vida le acechaba y, cada día estaba más cerca del fin y no tenía tantas emociones como las que había salido a buscar en el pasado, algunas muy caras, otras al costo y una que otra que había conseguido gratuitamente.

Le habían dicho que la personalidad siempre es la misma, y consentía en que algo debía haber de cierto. Pero le costaba ver en su pasado y no encontrar períodos o al menos momentos diferentes. La vida era un golpe y era necesario acomodar muchas cosas.

Recordó su gusto por explorar estímulos novedosos, y por tomar decisiones de manera impulsiva y, hasta buscar en la extravagancia una motivación para sentir renovación. Formas activas de evitar la frustración y de perder fácilmente la paciencia. Recordaba el diagnóstico de su madre: “Sos pura llamarada de tuzas”. Que ganas locas de sentir la vida a como diera lugar.

No se sentía pesimista, pero no podía negar la preocupación que muchas veces tuvo por problemas futuros, y haber actuado con incertidumbre tratando de evitar cualquier daño; refugiándose en la excesiva timidez y escondiéndose por fatiga en algún descanso fetal.

Tuvo épocas de intensa sensibilidad y excesivo sentimentalismo con gran necesidad de pertenecer y depender de la aprobación de los demás. Los temas del reconocimiento y la vinculación mal comprendida.

Cada acción tuvo su reacción. La relación entre causa y efecto la pudo ver entre distintos acontecimientos y procesos, con la consecuente y casi pronosticable producción de algo. Entendió que para que no haya algo inesperado hay que esperarlo todo. Así se lo había profetizado en su niñez un señor que cargaba bultos cuando le dijo: “como son tus comportes son tus merezcos”.

No quiso observar sino actuar, pero ahora sentía que no importar era lo más importante. Solo quería perseverar entre las frustraciones y la fatiga acumulada. Y aunque tenía menos dilemas, quería tomar decisiones que no fueran animosas, con firmeza de actuar y modesto reconocimiento de los límites de las cosas. A todo esto le hubiera escupido en la cara en otro tiempo.

Reflexionaba sin la pretensión de encontrar el hilo negro o enunciar alguna verdad absoluta para no polarizar. Entendía que en los polos puede cerrarse mucho la intolerancia y no dejar que entre nada, y en el otro extremo, la tolerancia puede abrirse tanto que alcance a pasar de todo; y que ambas posiciones son insostenibles. Con el riesgo todavía mayor, que en el nombre de elevadas convicciones, que no lo fueran en el fondo, se colaran bajas pasiones disfrazadas de ideologías y moralina.

Lo bueno de estos tiempos -cavilaba- es que hay más oportunidad de ser, lo malo es que todo está infectado con el poder y, los centros de conocimiento se van convirtiendo en los chivos expiatorios de cualquier oscurantismo.

-Alguna luz visible habré tenido, pensó. No para la mayoría, mucho menos para que me divisara la historia, pero siento su fuerza. Algún día esa luz tendrá que agonizar. Gajes de la incandescencia.

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