Juan Francisco Reyes López
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Mi retiro del Ejército fue, como dice una antigua canción, como separarme de un amor “que ni se olvida ni se deja”. Por esa razón, al inscribirme en la universidad no utilicé mi título de maestro, ni mis equivalencias de bachiller, me inscribí como un oficial graduado y prueba de mi dependencia, cuando me gradué en 1968 lo hice vistiendo el uniforme de gala para que constara que se graduaba un oficial como Licenciado en Ciencias Jurídicas, Abogado y Notario.

Desde 1963, mis actividades en el grupo empresarial familiar, me enseñaron a ser un empresario, hecho que se tradujo en proponerle a mis padres la fundación de una empresa importadora de partes y repuestos para vehículos tráiler clase 8, la cual no existía en Centroamérica.

En 1964, esta empresa adoptó el nombre de “Kenworth de Centroamérica” y su capital fue aportado por mi madre en un  66% y el 34% restante por mi persona; mi padre no deseó ser parte de la misma, seguramente para motivarme a desarrollarme más empresarial y económicamente.

Esa empresa hoy es la distribuidora de camiones Kenworth más antigua de América Latina; mi hijo, Juan Francisco, con dos de mis nietos son quienes viven y dirigen la misma en su día a día, con mucho éxito.

Como persona inquieta y siendo parte de la empresa de transportes de mis padres, comercialmente conocida como “Transportes J. F. Reyes” (el primero con modernos tráiler” ya que mi padre fue el pionero en la importación de tracto camiones, tráiler y motores diésel en Guatemala y Centroamérica)  consideré que mis actividades no solo debían circunscribirse a estudiar, desarrollarme como empresario, sino también aportar a la actividad gremial a la que mi familia pertenecía.

Por ese motivo, la siguiente acción fue aceptar ser parte de la Asociación Guatemalteca de Transportistas donde me inicié como Vocal V, y a través de varios años llegué a ser Vicepresidente de la Junta Directiva.

Entre las principales acciones se logró que el reglamento de pesos y dimensiones para el transporte extraurbano fuera rehecho y con ello en Guatemala no contáramos con una simple copia de la convención que bajo ese mismo nombre se había suscrito en 1945, en Ginebra, Suiza, ya que la ingeniería automotriz había evolucionado y no se podía pretender que nuestro país y/o Centroamérica se rigieran por una norma buena, pero obsoleta.

En ese aspecto logramos convencer al gobierno, a través de mucho trabajo intelectual de la parte de la Asociación Guatemalteca de Transportes, donde me correspondió ser el representante titular de la comisión que modificó y actualizó esa norma reglamentaria. También tuve la suerte que el ingeniero Rodolfo Alvarado fuera mi suplente.

Otro logro que materialicé fue demostrarle al Ministerio de Economía que las llantas que producía “la gran industria de neumáticos centroamericana, Ginsa” eran llantas con una tecnología superada, por lo cual la importación de llantas “radiales para autobuses, camiones, tracto camiones y tráiler” no debía gravarse de forma muy alta, por el contrario, debía hacerse con un arancel mínimo por no ser productos elaborados en Centroamérica.

Concluidos mis cinco años en la directiva de la AGT trasladé mi trabajo gremial a la Cámara de Comercio como Presidente gremial o director exoficio de la Junta Directiva.
¡Guatemala es primero!

Continuará.

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