Hace años que se viene calificando a Guatemala como un país de alto riesgo ante fenómenos naturales debido a la vulnerabilidad generada por dos factores esenciales que están íntimamente ligados entre sí. La pobreza nos hace sumamente vulnerables porque las condiciones de vida de mucha de nuestra gente son inadecuadas, al punto que los exponen de manera muy grave a perderlo todo ante uno de esos desastres y muchas veces eso significa hasta perder la vida misma. El otro factor que nos deja tan expuestos es el de la corrupción porque prácticamente toda la infraestructura del país se ha realizado atendiendo criterios de rentabilidad para los contratistas y las autoridades, sin pensar en absoluto en que debe ser bien hecha para servir al país con una vida útil de mínimos razonables.

Puentes y carreteras se han destruido por el paso de alguna tormenta tropical porque fueron construidos sin la adecuada supervisión, ya que uno de los pactos entre los corruptos es que se permita que las obras sean de mala calidad porque eso incrementa las ganancias y deja más recursos para repartir en sobornos.

Como no existe inversión en desarrollo, nuestra gente está abandonada a su suerte y son cientos de miles los que tienen que vivir en lugares no adecuados y hasta sumamente peligrosos porque no existe el menor interés en atender las necesidades de la gente. Hace muchos años que no tenemos gobiernos que lleguen con la visión política de trabajar por el desarrollo integral del país, pues todos llegan únicamente a enriquecer a los funcionarios, del primero al último, como parte del pacto de la pistocracia que se traduce en sobornos repartidos desde el mismo momento en que se realiza la campaña electoral, lo que hace que quien llegue tiene que haber vendido previamente su alma al diablo.

A ello se suma que nuestra ubicación geográfica nos deja expuestos a diversos tipos de fenómenos naturales. Somos un país de alto riesgo sísmico por la cantidad de enormes fallas geológicas que cruzan el territorio, pero a ello se suma también que estando entre las tormentosas regiones del Pacífico y el Caribe, prácticamente no hay año que no tengamos que lamentar consecuencias trágicas por las intensas lluvias. No padecemos por la fuerza de los vientos, pero sí, y mucho, por los temporales que acumulan grandes cantidades de agua y debilitan el terreno donde están construidas las precarias viviendas de esa población más pobre a la que, como se vio ayer tras los aguaceros del jueves, tarda mucho en llegar ayuda para paliar la emergencia.

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