Estuardo Gamalero

“La sociedad está bien gobernada cuando sus habitantes obedecen a los magistrados y los magistrados obedecen a la ley”. –Solón

Esta frase aplica al ejemplo de conducta, que deben dar no solo los magistrados, sino también diputados, ministros y cualquier funcionario público.

El mayor problema de muchos políticos, es que se dedican a opinar y dirigir desde un palco, en el cual brilla más, el afán de una reelección con beneficio personal, que el bien común de la sociedad y lamentablemente lo que perdura en la historia, termina siendo el efecto de sus malas decisiones.

Si la compulsión por legislar, fuese enfermedad, su definición sería algo así:

Es un tipo de trastorno del conocimiento, el cual ocurre cuando el discernimiento de las personas, les hace creer que todos los problemas que enfrentan, fueron provocados por las leyes, o bien, que se pueden corregir a través de leyes.

Si bien este desorden se relaciona con un sentimiento de alta frustración, existen casos documentados que evidencian que también se adquiere por imitación o por abuso de poder. Varios especialistas, coinciden en que su fuente está estrechamente ligada con la ignorancia, el descaro y con la argucia de la élite política de crear y desenterrar problemas para luego ofrecer soluciones.

La legislitis aguditis florece en sistemas populistas y puede convertirse rápidamente en una epidemia social, que, en su falso afán de mejorar el Estado y la sociedad, termina por cooptar el primero y agotar a la segunda, en virtud de sus propuestas legislativas y administrativas carentes de sustento técnico.

Asuntos relacionados con este trastorno son: a) desinformación respecto de las causas reales del problema; b) incitación del conflicto y la anarquía; c) generación de presión social a través de la manipulación de los medios de comunicación; d) control y sometimiento de las Cortes de Justicia cuya obligación es la aplicación de las leyes vigentes; e) Imputación de un problema a una persona, a un sector de la sociedad o al pasado de una historia que no se puede modificar.

Algunos de los efectos nefastos de la mala legislación son: I) paranoia social; II) desestabilización de las fuentes de trabajo; impedimentos a la inversión; III) abuso del poder público; IV) incremento de la burocracia y la tramitología.

Mientras las personas no entendamos que, la causa de los problemas no son las leyes, sino el abuso y la manipulación de las mismas, por personas (civiles y políticas) corruptas, Guatemala difícilmente caminará en la dirección adecuada.

Para los pícaros es más fácil y conveniente echarle la culpa a las normas, que reconocer los errores y actitudes de ellos mismos. Lamentablemente, una enorme cantidad de políticos encuentran una oportunidad para incrementar su popularidad, a través de un show mediático, en el cual exponen un “problema” y a la vez se ofrecen como magos de lámpara mágica para resolverlo.

En otros casos, pareciera que la ley del karma confirmara su existencia, y ya sea por denuncias legítimas, audios filtrados, colas machucadas o propuestas tan malas que no resisten el más mínimo de los debates, los corruptores del sistema quedan expuestos y la verdad sale a luz.

Por las circunstancias que atraviesa nuestro país, es de suma importancia que los ciudadanos no nos dejemos engañar por las expectativas que genera la solución de un problema a través de leyes y reformas inoportunas, que como ya mencioné, carecen de análisis técnico.

Con el deseo de poner en contexto lo dicho, hagamos un pequeño ejercicio y citemos algunos problemas reales que tiene Guatemala: falta de oportunidades de trabajo, pérdida de la certeza jurídica, corrupción, violencia y conflictividad.

En mi opinión, la mayoría de los problemas sociales se solucionan con voluntad política y no bajo la expectativa de la legislación.

Las causas de la mayoría de los problemas de nuestro sistema, no son las leyes, son las personas. Y es sobre esto último, que la ciudadanía debe poner todo su interés.  La presión y el debate social lo debemos llevar al foro político: cuestionar y exigir a los partidos para que refresquen, depuren y mejoren el perfil de sus candidatos, de manera que éstos sean capaces, idóneos y honrados.

Artículo anteriorEn búsqueda de signos de esperanza
Artículo siguienteDe ardillas y pájaros