Estuardo Gamalero

“El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”  ― Winston Churchill

Si tuviera que definir y tipificar el delito de “Oportunicidio” sería algo así: “Comete delito de oportunicidio, la persona que directa e indirectamente, mata o aniquila oportunidades, sean estas de: vida, libertad, propiedad, trabajo, inversión, educación, salud y cualquier otra que se relacione con las libertades individuales de la persona. Si el Oportunicidio se comete mediante el abuso de poder, o mediante la coordinación de grupos de personas, la manipulación de la verdad y aprovechando las necesidades básicas del ser humano, la pena se aumentará en dos terceras partes.”

Cuando las agendas particulares se sobreponen al bien común, violando leyes, principios y valores, matamos las oportunidades de alguien más.

Guatemala es un país extremadamente rico en recursos naturales y privilegiado geográficamente. La misma pluriculturalidad constituye un activo y un atractivo de diversas índoles. También me atrevo a decir que la mayoría de su pueblo es gente buena, honesta y trabajadora.

Si lo anterior es verdad, entonces la pregunta obligada es: ¿Cómo podemos reducir el índice de pobreza en Guatemala?

La experiencia de otras naciones, incluye fundamentalmente, la defensa y promoción del derecho a la propiedad privada: las inversiones necesitan certeza jurídica. Mientras las personas no encuentren oportunidades de trabajo y no sean parte del crecimiento económico, los niveles de pobreza no se reducirán.

En promedio, desde 1985, las personas que han dirigido el Estado de Guatemala, han sido incapaces de generar las condiciones que propicien más inversiones y desarrollo en las áreas rurales.

Irónicamente, a partir de la firma de la paz en Guatemala, la mayoría de personas y empresas que intentan establecer operaciones y nuevos negocios en el interior de la República, se topan con pequeños grupos, altamente organizados que venden a diestra y siniestra, un clima creciente de conflictividad y oposición a todo aquello que pueda beneficiar el desarrollo de los pueblos y las comunidades.

Lamentablemente, muchas de las instituciones encargadas de extirpar ese mal, se hacen de la vista gorda y disculpan la actividad criminal so pretexto de tener un país más incluyente y humanitario: palabras que suenan bien, que consiguen apoyo del extranjero, pero que francamente matan las posibilidades de prosperar.

Los migrantes que salen de nuestro país lo hacen en estado de desesperación y como consecuencia de la frustración por la falta de oportunidades, para conseguir un trabajo estable y digno en su tierra.

Sarcásticamente, los socialistas, anarquistas y comunistas (en su diversa gama de colores), lejos de fomentar un clima de estabilidad que propicie certeza jurídica y genere inversiones, insisten en alimentar de resentimiento a las clases más necesitadas.

Los migrantes de cualquier parte del mundo salen de sus países en búsqueda de mejores oportunidades. Los migrantes no salen con rumbo a Cuba o Venezuela. Se dirigen a Estados Unidos de América, pues allí encuentran un clima que defiende la propiedad privada, el cual permite y fomenta las inversiones, se basa en la economía de mercado, la oferta de trabajo decente, el respeto de la ley y la certeza jurídica.

En ese sentido, coincido en que el “mejor muro” para prevenir la migración, es la oportunidad de un buen trabajo que permita sacar adelante a la familia.

En el contexto político, cuando uno habla y confronta los conceptos “mayoría vs minoría”, se cae en el error de enfocarlo todo desde un escueto enfoque numérico o de participación. Lo anterior, en un pueblo carente de educación y sobrecargado por la manipulación y oportunismo, se traduce en POPULISMO, y este a la vez, desemboca en una innecesaria complicación entre el incorrecto significado de la democracia y el intento de sobreponer la misma, al respeto de las garantías y libertades individuales del ser humano.

Recientemente leí una frase del ex presidente costarricense Óscar Arias (Premio Nobel de la Paz 1987) que decía: “Matar a una persona es homicidio, matar a todo un pueblo de hambre se llama Chavismo”.

El problema del Populismo es que muchos caemos y vivimos en él sin darnos cuenta. Él o los políticos de turno, se alimentan de ideas que “popularmente” se venden bien y a la vez provocan la falsa esperanza de solucionar un problema. “La culpa la tienen los ricos”, “Redistribuyendo la riqueza saldremos adelante”, “Tengo derecho a vivir parasitariamente del Estado”, “Si la mayoría lo pide, entonces el fin justifica los medios”, “El problema son las leyes, no las personas que las violan”, “Para hacerme escuchar, tengo el derecho de pasar por encima del derecho, los valores y las tradiciones de los demás”.

Las anteriores son algunos ejemplos de pensamientos y eslóganes, que sirven para promover paros y manifestaciones, inquisiciones políticas y legales, el control de las instituciones, impuestos injustos, e incluso la sobrelegislación y la incorrecta aplicación de las leyes, no digamos la tergiversación de la propia Constitución Política.

Los medios de comunicación tienen la enorme responsabilidad de transmitir adecuadamente las noticias: sin amarillismo e idealmente sin tintes ideológicos, cuotas de poder o compadrazgos por apoyos económicos. Cuando se burla lo anterior, los propios medios caen en el dañino juego del populismo mediático y lejos de arreglar las deficiencias reales, se propicia el abuso de autoridad y el ataque sistemático en contra del sector privado y productivo de un país, así como el desincentivo de las inversiones extranjeras.

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