Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Menos de un año ha transcurrido desde que Dilma Rousseff tuvo que dejar la Presidencia de Brasil por señalamientos de corrupción en el ejercicio del poder y desde el financiamiento electoral. Las mismas acusaciones pesan sobre Lula Da Silva y ahora Michel Temer, a quien se señala de haber articulado el caso contra Rousseff, está a punto de terminar también depuesto y sometido a proceso por los mismos delitos. En Brasil la lucha contra la corrupción no se orientó únicamente en contra de un partido y de un gobierno, sino que allá el trabajo ha ido a fondo evidenciando los vicios del sistema político.

Lo que ocurre es que cuando el sistema es el que está viciado no hay forma de terminar la corrupción y la misma seguirá aún y cuando se puedan iniciar procesos penales contra los implicados. No se quiere entender, ni aquí ni en Brasil, que el problema es de raíz y que demanda por lo mismo soluciones estructurales que ataquen la forma en que se hace política y la manera en que se realizan todos los negocios del Estado. Los brasileños lo están entendiendo y por ello esa lucha en las calles que han llevado a Temer a recurrir al Ejército para controlar al pueblo que está manifestando en forma enérgica para pedir la remoción del gobernante.

Tantos años de ir estructurando un modelo de corrupción permiten que el mismo sea sumamente sofisticado y que esté metido en las mismas raíces de la administración pública. Los funcionarios se acostumbran a actuar de manera corrupta porque saben que así es como funciona la cosa y por eso no tienen empacho en pedir o recibir sobornos y las grandes empresas saben que desde la campaña pueden comprar el derecho a hacerse con turbios negocios porque es en ese momento cuando se sellan los pactos mediante el financiamiento electoral ilícito que llena de dinero a los candidatos aún antes de tomar el poder.

Y cuando el problema es tan profundo y está tan enraizado en la estructura misma de la gestión pública, no hay más remedio que demandar cambios profundos y es lo que el pueblo brasileño está haciendo aún a riesgo de sufrir la represión porque está visto que Temer, a diferencia de Rousseff, está dispuesto a producir un baño de sangre para evitar la persecución penal en su contra. Y eso es lo que hace, para nosotros en Guatemala, tan ilustrativa la situación que se vive en Brasil, puesto que ese pueblo no se ha cruzado de brazos resignado a seguir soportando tanta podredumbre.

En la medida en que la gente se involucra y compromete con la lucha contra la corrupción surgen esperanzas de que se pueda cambiar el sistema. Temer llegó al poder surgiendo precisamente de la estructura perversa que ha corrompido a ese país sudamericano y no se podía esperar otra cosa de alguien como él. Pero nuestro caso es distinto porque aquí se eligió a un Presidente con un claro mandato de cambiar las cosas y, según se corrobora con la extensa entrevista que le hizo La Hora, el presidente Morales no entendió ni quiere asumir ese mandato.

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