Luis Fernández Molina

Por falacias se entienden aquellos conceptos o creencias que parecen verdaderos, pero son falsos e inducen a error; en materia laboral abundan con el agravante de contener algunos elementos de verdad. Se nutren de la ignorancia y los fanatismos (ideologías, intereses); algunas falacias se han generalizado tanto que la sanción popular las consagra como verdades por el solo hecho de que la mayoría así lo cree. Para la gente es difícil discernir, pero es fácil sentir, como dijo Mariano José de Larra «Las teorías, las doctrinas, los sistemas se explican; los sentimientos se sienten.»

El principal problema de las falacias no es tanto que nos esconda la verdad sino que nos conduzca por caminos equivocados. Van algunas de esas falacias en el contexto laboral:

I) Los empresarios son malos y explotadores. En general los salarios son bajos y los trabajos poco motivantes. ¿Culpa de quién? «Los empleadores» respuesta que se condimenta con una crítica: «son explotadores». Es fácil señalar con el dedo cuando se vive en carne propia las carencias del desempleo y del subempleo y mayor es el reclamo cuando el empleador está en mejores condiciones de vida. En todo caso el término explotación es subjetivo y como sinónimo se puede utilizar abuso o aprovechamiento.

Ahora bien, todo empresario va a sacar ventaja de todos los recursos que tanga a mano; va a recoger de los recursos que las marejadas depositan en sus playas. No maneja los ritmos de la marea, sencillamente toma lo que considera le sirve. No es su disposición ni tampoco su culpa. Si tiene la posibilidad de mano de obra buena (el guatemalteco es buen trabajador) y a precios bajos entonces puede decidirse a iniciar un negocio. En esta primera aproximación el empleador no es bueno ni malo, es solo un ser humano que hace cálculos.

II) Los hombres son buenos por naturaleza y el sistema (capitalista) los corrompe. El ya citado autor Larra, que no era un pensador liberal clásico dijo que «el gran lazo que sostiene a la sociedad es, por incomprensible contradicción, aquello mismo que parecía destinado a disolverla; es decir, el egoísmo.» Y por su parte Adam Smith, connotado pensador liberal, «vivió fascinado por averiguar qué era lo que mantenía unida y estable a la sociedad, siendo los seres humanos tan egoístas, díscolos e insolidarios» (Vargas Llosa). En el campo físico Einstein matizó algunas ideas de Newton, entre ellas que las cosas no se mueven porque las «jalen» (gravedad) sino que por ser empujadas (por esas deformaciones en el espacio). Igual los seres humanos se «mueven» por motivaciones especiales. El principal empuje es el egoísmo, el interés particular. Eso no los hace ni buenos ni males, los hace humanos.

III) Los empresarios forman una clase social. Se acostumbra asimilar al empresario con el viejo concepto de burgués, oligarca, «tycoon», como un concepto de clase. Ello es falaz porque empresario puede ser un distribuidor de provincia que tenga cuatro empleados, un campesino que ha decidido poner su negocio de pollos, un productor de humos por medio de lombrices. Los empresarios son como los vasos capilares que permiten la circulación por todo el sistema.

Todo empresario ofrece puestos de trabajo; al hostigar a todo empresario se han ido oscureciendo las luces de la aurora para multitudes de jóvenes, hombres y mujeres, que buscan un trabajo digno para encaminarse en la vida; para desarrollar sus aptitudes naturales, para planificar un futuro, para empezar a escalar -aquellos ambiciosos- en las estribaciones de la montaña.

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