Eduardo Blandón

Hay un ambiente de desmoralización que nos hunde en el desánimo a causa de los últimos acontecimientos trágicos vividos. Es inevitable. No es para menos. Pero no podemos rendirnos, atrapados en la estrategia absurda de sentir lástima por nosotros mismos, huyendo de las responsabilidades frente al cataclismo nacional. Algo hemos de hacer.

Hay que pensar que tenemos aún un universo de posibilidades y que, aunque llevamos muchas (demasiadas) reyertas perdidas, todavía podemos presentar batalla. Lo pienso en términos generales, o sea, un ministro, alcalde, gobernador o diputado pueden intentar ser más eficaces y tratar de impactar en el espacio en que se encuentran. Requiere, eso sí, determinación, habilidad, sabiduría y mucha buena voluntad.

Plegarnos al desánimo no es la opción ahora. La desventura debe permitirnos un impulso para superar los obstáculos. Creo que hay que repetirnos el mantra de que todavía no se ha dicho la última palabra sobre Guatemala. Insistir en que, si bien hay miseria y desigualdad a granel, también nos queda mucha riqueza qué administrar y por ello debemos abrir nuestros ojos sin apenas descansar.

Debemos adoptar esa combinación rara entre lo marcial y lo intelectual que nos lleve por caminos de sensatez. Sin bajar la guardia, avisando el horizonte para trastocarlo al gusto. Renunciando a la resignación, con proyectos concretos, prácticos y de impacto para la mayoría, dando prioridad a los más necesitados de la sociedad.

Resilientes, sí, pero no masoquistas. Fortalecidos en la esperanza de que por poco que sea, cada día podemos contribuir en la construcción de la utopía. Sordos a las burlas, pero no indiferentes de quienes razonablemente advierten el extravío. Enfocados en la tarea por ser mejores desde nuestras trincheras, en el hogar, la universidad, la oficina pública, la industria o en los negocios. Que la tarea es ingente y solo será posible si levantamos el ánimo y seguimos adelante.

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