Lucrecia de Palomo

Es tal el torrente de eventos que se suscitan en nuestro entorno que no hemos acabado de asimilar uno y ya viene otro. Pareciera que somos incansables para provocarlos. Cada uno de ellos lo preparamos con mucha antelación, antes de que llegue la tragedia; lo concebimos, lo adornamos, le damos vida y en silencio lo vamos abandonando con indiferencia. Eso sucedió con el incendio en el Hogar Seguro; con la elección y corrupción de los distintos gobiernos, sucede con el Transurbano, con las deudas que autorizó el Congreso para Odebrecht, con la muerte de choferes de autobuses, con el sicariato, con el abandono escolar de millones de jóvenes, etc. El silencio se convierte en acción poderosa y profética.

Todos observamos y padecemos los acontecimientos nacionales, los leemos y escuchamos en titulares de distintos medios de comunicación, y ahora interactuando en las redes sociales; mismos que se repiten una y otra vez ante una ciudadanía impávida o frustrada. Los vemos ir y venir, nos percatamos cómo crecen, se agigantan y hasta que estallan frente a nuestras narices reaccionamos. Estos hechos se convierten en un texto fuera de contexto para ser el pretexto que aminore nuestra conciencia, aliviane el alma, eche culpas y lave alguna que otra propia.

Lamentablemente se nos enseña a ver la historia en forma lineal y a creer que “quien no conoce la historia, está condenado a repetirla” por tanto hay que memorizarla; alejado de eso. Las situaciones se repiten y se repiten. Por tanto, si se quiere que algo enseñe, la mejor forma de verla es circular -como lo hacían los antiguos; con ello se convierte en una serie de eventos que no son vistos hacia afuera sino desde dentro. Está para que yo me mire en ella y asuma mi responsabilidad sobre los hechos, para poder conocer mis raíces, me reconozca dentro de ese cúmulo de acontecimientos y tomo acciones en el torbellino que causan. Solo así se pueden hacer los cambios personales que repercuten en toda la sociedad. Todos hemos construido este país, algunos con mayor responsabilidad que otros -por acción u omisión. El Estado fallido somos usted y yo.

Ejemplos de nuestro pasado reciente, que se repite, los tenemos a borbotones. Basta mencionar la tan odiada intromisión extranjera que dio un portazo a la Primavera Democrática, y cómo la misma dio inicio a la corrupción galopante y al cambio del valor social. Con solo ver el actuar de los diputados al Congreso de la República y la forma ciudadana en que se patrocinan campañas políticas y se vota presidentes podemos distinguir de lo que hemos hecho mal y bien. Acciones del pasado que se renuevan, pero que no analizamos desde nosotros mismos.

Desde hace décadas la situación de la niñez y la juventud sufre de serios problemas, el abandono en que se encuentra no es novedad (si las escuelas están en tal desidia qué podemos esperar de los centros de detención juvenil), aunque cada día es peor. La familia está en crisis y no puede esperarse otro resultado. Se hacen reformas de las deformaciones tan solo para tranquilizar las aguas, pero la realidad es que prevalecen más la ineptitud o los intereses individuales que el bien común. No se busca una solución a la situación de este grupo tan vulnerable.

La ignorancia es una forma de educación y esa es la que impera y ha sido impuesta en nuestra patria, es más fácil mantener dócil y callado a un pueblo ignorante que a uno que esté hablando y exigiendo derechos. El Hogar Seguro de la Virgen de la Asunción (hasta el nombre es irónico), como tantos otros de su clase, deforman a nuestra juventud; no contribuyen a la construcción de un país diferente y lo sabemos muy bien. Lo único que tenemos claro de la situación que se vive en el país es que no sabemos hacia dónde nos dirigimos, pero sí vamos derecho; la ignorancia, el egoísmo e indiferencia nos está matando.

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