Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

En esta semana he recibido infinidad de mensajes relacionados con experiencias de acoso escolar que relatan víctimas de ese trato o sus parientes y en muchos casos se nota que las instituciones tratan de esconder el problema como aquella gente que en vez de limpiar la basura, simplemente la barre para meterla bajo la alfombra. En un equivocado prurito, ante las denuncias de bullying, muchos colegios temen que su fama y prestigio puedan verse afectados si trasciende que ha ocurrido algo así y las instituciones cierran filas para negar la existencia del fenómeno que está mucho más extendido de lo que se cree.

Justamente fue lo que pasó con el problema de los pederastas, que pudieron actuar a sus anchas durante décadas porque la Iglesia sentía que admitir su existencia era un daño irreparable a su imagen institucional. Durante mucho tiempo se sostuvo la tesis de negación absoluta, pese a las abrumadoras denuncias, y se culpó a la prensa de ser enemiga del catolicismo y de ser instrumento del diablo para dañar a la fe católica. Hizo falta que llegara el Papa Benedicto XVI y luego el Papa Francisco para que no solo se pidiera perdón a las víctimas por ese silencio encubridor de la jerarquía, sino que además se planteara una política que ha sido efectiva, la de tolerancia cero.

Negar la existencia de un problema nunca será la salida para solucionarlo. Entiendo que en un ambiente como el nuestro, donde el chisme y la maledicencia hacen tanto daño, directores de colegios y propietarios de los establecimientos se aterren al pensar en lo que les puede significar una denuncia de ese tipo. Y entiendo también que ven riesgos de que se produzcan demandas con implicaciones económicas, por lo que se blindan contratando a bufetes de esos que saben cómo arreglar las cosas y amañar la justicia. Bufetes que entrenan a los profesores sobre cómo atestiguar y que seleccionan y adiestran a los alumnos que pueden ir a declarar contra los demandantes, las víctimas del acoso.

Pero el bullying está allí y una de las características es que la víctima, en los colegios de hombres desde luego, se ve afectada por ese machismo que pinta como hueco o marica al que denuncia que lo están molestando. He leído testimonios que son desgarradores y algunos terriblemente tristes. Al menos cuatro de los mensajes recibidos me hablan de casos que terminan de la peor manera posible, con el suicidio de quienes por años fueron sometidos a sufrimientos y vejámenes que en el colegio parecían bromas pesadas, pero que fueron daños irreparables.

Llegamos a extremos que hasta censuran a quien habla del tema. Le cerraron la cuenta de Facebook a César Augusto Nájera Pinzón porque se atrevió a contar su caso y provocó que uno de sus profesores le pidiera públicamente perdón. Su voz de todos modos se seguirá oyendo.

Con la misma energía con que se deben mantener las armas fuera de las escuelas y exigir a los padres de familia que cumplan con su deber, debemos enfocar el silencioso problema del acoso.

Creo que el ejemplo de los Papas Benedicto XVI y Francisco debiera servir a los colegios católicos para asumir posturas que no metan bajo la alfombra el tema del bullying que está allí y hace un daño que no imaginamos. Que las escuelas y colegios no se conviertan en los centros donde se mama y se aprende la impunidad que tiene hundido a nuestro país. Mi nieto y todos debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos.

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